Imprimir

Los chicos viven su lugar de ternura y alboroto desbordantes mientras su entorno -la Argentina de hoy- les entrega un mapa inestable. A muchos de ellos los cuidan padres y maestros jaqueados por la propia supervivencia. La sociedad -encargada de contenerlos- con frecuencia les ofrece una sola certeza: el pronóstico de futuro es poco digno.
Los menores no reciben reglas claras para enfrentar el juego de la vida. Esas pautas ordenadoras -impartidas por una autoridad que no necesariamente es pariente del autoritarismo- se desdibujaron. Muchos las juzgaron contrapuestas a ideales de libertad, pero educadores, psicoanalistas, psicólogos, filósofos y penalistas consultados coinciden en que el vacío de límites desorientó a niños y adolescentes.

Sobre este mapa de marcos de referencia borrosos, la sociedad instauró un nuevo tema: la penalización juvenil. El 74 por ciento de la población es partidaria de que se extienda la responsabilidad penal a los menores, según revela una encuesta elaborada en marzo por el Centro de Estudios Nueva Mayoría.

Dos semanas atrás, un niño de cinco años recibió una citación judicial por haberse llevado el atlético y fibroso muñeco de uno de sus compañeritos sin consentimiento. Más allá de lo excepcional del caso y de las disculpas posteriores de las partes, existió una escuela en que el tema no quedó zanjado, una madre que realizó una denuncia judicial por el robo que sufrió su hijo y un juzgado que acogió la denuncia.
Mientras sus referentes se debaten entre la permisividad y los límites para guiarlos -en un partido en donde a veces los niños son la vapuleada pelota-, y se discute cómo tratar sus travesuras, infracciones y delitos, ¿qué lugar ocupan los menores en la sociedad argentina de hoy?
Durante la Edad Media, la infancia era una etapa casi inexistente. Para la civilización medieval, "el niño, desde su destete, o un poco más tarde, pasaba a ser el compañero natural del adulto", según relata Philippe Ariès en El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Su vestimenta, igual a la de los mayores, acompañaba esa "adultez". Dice Ariès que recién a fines del siglo XVIII el traje del niño se volvió más suelto, flexible y confortable.
Hoy la infancia es, en cambio, un capítulo amplio. Los chicos -entendidos como los menores de 18 años, según lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño elaborada en 1989 y adoptada por la Constitución Nacional un año después- son un universo demasiado grande como para generalizar sobre un único lugar de infancia, coinciden los especialistas consultados. Pero dentro del tejido heterogéneo, encontraron patrones comunes para hablar de la infancia protagonizada por estos menores, que son sujetos de derecho y responsabilidades.
El filósofo Alejandro Rozitchner describe su visión sobre la dinámica de los límites: "Criar a un hijo es una de las formas por las que una persona excesivamente hippie o progresista puede volverse capaz de entender cómo es la vida, es decir, de comprender el valor positivo del límite y de la ley. La libertad absoluta es sólo una imagen, que ejerce una influencia nefasta sobre las posibilidades reales de vivir".
De todas maneras, Rozitchner recalca que "el argumento de los límites sirve muchas veces para que personas con estructuras muy rígidas eduquen a los chicos dentro de la misma falta de plasticidad y creatividad que ellas padecen".
Para los especialistas, hay algo que no funciona bien en la comprensión de esos límites. "En muchos casos, la clase media está viviendo una cuestión extrema: ya no es el niño sino su majestad el niño", analiza Susana Disalvo, psicoanalista y psiquiatra infantil, del hospital de Niños de La Plata, docente en la Universidad de Lanús y miembro de la comisión de Niñez de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). "A muchos padres de clase media les cuesta consensuar el no´. No me refiero al no´ por arbitrariedad o totalitarismo. Hay límites que estructuran y ayudan: la electricidad es peligrosa. Punto. Tenés que ir a la escuela. Punto. Son muchos los padres que abruman a los chicos con teorización y les entregan un pequeño Piaget ilustrado con todas las explicaciones de sus conductas. Y hay cosas que tienen que ser más escuetas, como el emitir un no´ y sostenerlo", explica Disalvo. Aunque decir que sí sea más fácil.
En los casos clínicos que recibe esta psicoanalista se encuentra con padres que "naturalizan los caprichos de los chicos": les dan monedas a cambio de que asistan a la escuela, los dejan en la cama de los padres a cambio de que duerman, quiebran los horarios permitidos de televisión para que no molesten...
Lo pequeño que ocurre dentro de las puertas del departamento, dice Disalvo, se hace macro. Y cuenta que después los padres se extrañan porque un hijo no entiende que la maestra le pidió una tarea y debe hacerla.

 

La caída del padre

Desde la filosofía, Enrique Valiente Noailles -cuyo último ensayo se titula Reinventar la Argentina- coincide en que "las pautas sirven para anticipar, en un ámbito inmediato, aquello que los chicos encontrarán luego en mayor escala".
Estas conductas de los padres se relacionan con la caída del lugar del padre, explica Rubén Efron, médico psicoanalista que trabaja con niños, profesor de Clínica Psicoanalítica de Niños en la UBA y de Salud Mental Comunitaria en el Area Niñez de la Universidad de Lanús, miembro de la mesa directiva de la APDH y coordinador de la Comisión Niñez. Efron se refiere a quien ocupa ese rol de autoridad, de ley, de orden.
En las nuevas formas de vínculos familiares y redefinición de la familia tradicional, el lugar del padre fue desplazado y ahora se buscan los límites afuera, pidiendo, por ejemplo, a un juez que gestione la devolución del juguete al hijo, analiza Efron.
Un grupo de chicos de primero y segundo año del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA), entrevistados para esta nota, reconocieron que muchos padres tratan a sus hijos como pares, como amigos. "Mi papá no es mi amigo, es la persona cercana, de confianza, pero es mi papá", apuntó uno de ellos.
Para Norberto Ianni -psicólogo que asesora a instituciones privadas y públicas de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires en temas de convivencia institucional-, "el adulto en este momento está sometido y padeciendo cambios para los que no fue preparado. En la situación de inseguridad y cuestionamiento no puede ser un referente responsable para sus hijos".
"En muchos casos -opina Efron- falta un lugar del padre como orientador, educador y ejemplo. Un padre que desde sus no´ le da al hijo herramientas para la construcción de su mundo subjetivo, desde el no´ le ofrece también el sí´ de lo que sí puede". Y este rol de padre es reemplazado a veces por una política mercantil: pagarle al hijo para que concurra a la escuela, pagar los destrozos que causaron los hijos en su Bariloche de fiesta.

La escuela

"Lo que pasa con muchos padres es que pagan porque sienten culpa", analiza Horacio Sanguinetti, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires desde hace casi 21 años. Para Sanguinetti, es bastante frecuente que la familia deserte de la educación de un hijo adolescente. Muchos padres viven procesos emocionales complejos como los divorcios, o le dedican mucho tiempo al trabajo o la búsqueda de trabajo. "El chico sufre enormemente este abandono. Y la familia, con culpa, lo defiende a ultranza", dice el rector y da un ejemplo: un 30 por ciento de los padres de chicos que realizaron una vuelta olímpica con destrozos argumentó que los chicos lo hicieron por diversión y querían solucionar todo pagando los destrozos. "Hay una negación de que es un acto peligroso e injusto", dice.
El "desboque" de los alumnos llevó a cancelar para este año los viajes de estudio que el CNBA había implementado hace casi una década. Eran viajes formativos por el interior del país con objetivos concretos: que los alumnos socializaran entre sí, que conocieran su país y sus problemas de pobreza.
Los viajes se fueron "degradando" (palabra de rector): destrozos, demanda imperiosa de hacer deporte de alto riesgo bajo el cuidado escolar y secuestro de litros de alcohol "suficientes como para abrir un autoservicio".
Desde el Ministerio de Educación se promueven un programa de mediación escolar -que está en la etapa de capacitación de los docentes- y otro de centros de actividades para jóvenes. Entre sus objetivos, buscan fortalecer el entendimiento entre docentes y alumnos.
Con iniciativa en la ciudad de Buenos Aires -en 1997 y entre las últimas medidas del Concejo Deliberante- se eliminó el sistema de amonestaciones en las escuelas secundarias. El proyecto fue implementado luego por varias provincias.
"Sin esa instancia disciplinaria, en general el docente está desamparado. Le tiene miedo a los chicos y a los padres", afirma Sanguinetti, entrevistado en la misma semana en que un docente de derecho fue agredido por un alumno en la Universidad Nacional de La Plata.
En las asesorías de Ianni -en los ámbitos de chicos de 12 a 18 años-, una de las mayores dificultades es la falta de espacios de diálogo y escucha por parte de los adultos en las escuelas.
"Hay profesores que jamás pusieron el foco en mirarnos y ver quiénes somos", señalaron alumnos de tercer año del Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE) entrevistados para esta nota. "Yo a veces tengo dudas y siento a un profesor tan lejano que no me animo ni a preguntar", señaló uno de los entrevistados.
Según Rozitchner, "la escuela debe tener como eje principal de toda la misión educativa acentuar y desplegar la capacidad de entusiasmo personal. En la capacidad de la persona de sentir interés por algo, de encontrar en la relación con un tema o una actividad una oportunidad de despliegue de su plenitud potencial, se crea toda riqueza".

La naturalización del castigo

El director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, Rosendo Fraga, dice que "cada vez que un docente tiene un problema de disciplina o trata de mejorar el nivel de exigencia, para así mejorar la calidad educativa, se encuentra por lo general con que los padres defienden a los hijos si se trata de disciplina y piden menos exigencia. Si los padres argentinos tienen que optar entre que su hijo pase de grado sin saber o que repita para que sepa, la mayoría opta por la primera alternativa. Pero cuando se trata de menores que no conoce, la actitud es muy diferente".
¿Qué pasa en la sociedad con el tema de las penas? Con la inseguridad como presencia temerosa y concreta, los medios reproducen estos debates.
Desde el ángulo psicoanalítico, Efron dice que la sociedad en los últimos tiempos naturalizó el tema punitivo en relación a los menores con el fin -en parte- de que se busque un límite y un responsable desde afuera, luego de la caída del rol del padre. Que ese otro sea un maestro, un psicoanalista que trate al chico, un juez.
El eje de los debates sobre la baja o no de la edad de imputabilidad es simplista, según la penalista Mary Beloff, profesora de Derecho Penal Juvenil en la UBA, que trabajó en la implementación de la Convención sobre los Derechos del Niño en varios países de América latina: la cuestión central en la Argentina no puede pasar por bajar una pena sin modificar -como sí se hizo en la mayoría de los países latinoamericanos- el sistema de modo tal que pueda hacerse efectivo el cumplimiento de la Convención sobre los Derechos del Niño, que es ley nacional.
Con el sistema vigente los chicos que cometen delitos -actualmente imputables desde los 16 años- van a cárceles de adultos. La penalista propone un sistema especial "que tienda a conectar al adolescente con lo que hizo y que recupere la idea de responsabilidad respecto de este delito del mismo adolescente, de las familias, de la escuela y del Estado".
Ante posturas que no avalan el término de "delitos" para las infracciones que cometen los chicos, Beloff establece que primero es necesario reconocer que los chicos sí cometen delitos. Ganan las estadísticas los adolescentes mayores de 15 en delitos de robo y hurto.
"A esto hay que llamarlo por su nombre, para luego encarar el tema enmarcado en una práctica de derechos humanos", dice Beloff.
Beloff justifica la intervención del Estado en esos delitos. Sin ella, sostiene, el delito se puede resolver en una venganza privada con mayor violencia; y además, no puede un Estado democrático no tomar ese hecho y resignificarlo.
El grueso de los delitos juveniles que se hace público convoca a jóvenes en situación socioeconómica más desfavorable, posiblemente porque otros delitos -como los daños ocasionados por picadas de autos o vueltas olímpicas con destrozos- se resuelven sin llegar al ámbito judicial.
El abogado Florencio Varela -dos veces director del Consejo del Menor- considera que para garantizar los derechos del niño en la sociedad es necesario jeraquizar la educación. "En la Argentina no tenemos claras las prioridades", señala Varela. En su opinión, "un chico es un ser inerme que necesita ser protegido... Está en formación. Por lo tanto, tenemos que apreciar sus conductas de una manera diferente".
Beloff hace hincapié en que el niño es un sujeto de derechos, y en que el sistema tutelar que se estableció a comienzos del siglo XX -que lleva a un juzgado no sólo a los menores que cometen delitos sino a víctimas y niños que se consideran en riesgo- demanda una urgente modificación.
Desde las propuestas y análisis de los especialistas, y de los mismos adolescentes consultados, la responsabilidad aparece como palabra clave para encontrar un lugar posible para el desarrollo de los menores, y una solución a sus conflictos.

www.lanacion.com.ar 30/05/04