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Cualquiera que no conozca la vida cotidiana de un chico diagnosticado con superdotación podría imaginar un pequeño ermitaño devorador de libros, un futuro genio capaz de desarrollar teorías que signifiquen aportes a la humanidad o, al menos, un chico para quien la escuela debería ser “pan comido”. La razón por la que a todo eso se lo conoce como “el mito de los superdotados” es que muchos fracasan en el colegio, son confundidos con niños hiperactivos y medicados para calmarlos y tienen tantas dificultades de integración como un chico discapacitado.

Un superdotado tiene un coeficiente intelectual igual o superior a 130, cuando la media es de entre 90 y 110. Lo tienen sólo un 2% de los niños pero, al ser etiquetados como problemáticos o de bajo rendimiento, no son fácilmente identificables. Según el comité europeo para la educación de niños y adolescentes superdotados, entre el 30 y el 50% fracasa en la escuela.

“Nacieron con un don que los condena a la incomprensión.

Como pueden cuestionar los fundamentos de cualquier ciencia, desafían el saber del docente. Pueden entregar una prueba en blanco porque sus cabezas van más rápido que sus manos. Como se aburren, empiezan a tener serios problemas de conducta y muchas veces se los medica creyendo que son hiperactivos o tienen déficit de atención”, explica Andrea Vázquez, fundadora de la Sociedad Argentina de Padres y Educadores de Niños Superdotados (Sapyens).

Héctor Roldán es miembro de Mensa, una sociedad internacional a la que sólo pueden pertenecer quienes tienen, como mínimo, 148 de coeficiente. Aquí preside la ONG Creaidea , y apunta a la falta de capacitación de los docentes para reconocer las múltiples inteligencias de estos alumnos: “Los obligan a repetir tareas que ya dominan; pueden ser agredidos por sus compañeros que no los dejan pertenecer al grupo. La angustia los lleva a ocultar sus dones, terminan simulando no entender y pueden ser confundidos con niños con deficiencias intelectuales ”.

La superdotación se transmite genéticamente por línea materna, aunque necesita de un ambiente propicio para desarrollarse. Así, aunque se sometiera a un chico a rigurosas jornadas de estudio, no se podría “fabricar” un superdotado. Hay varios test para medir esta capacidad, y tienen que ser supervisados por especialistas. Las asociaciones (ver Dónde asesorarse ) los toman, y también hay otras que brindan apoyo a padres y docentes ( www.fundacionricart.org ).

Vázquez sigue: “Son chicos que desarrollan un pensamiento abstracto y una capacidad de análisis que resulta incompatible con su desarrollo emocional: el mismo chico de 5 años que se angustia porque un gobernante no cumple con sus funciones, tiene miedo a los monstruos a la noche ”. Gabriel Vulej, presidente de Mensa Argentina, se siente identificado: “Yo tenía 10 años y no podía entender cómo la gente seguía teniendo hijos cuando las guerras amenazaban con acabar con el mundo. No lo podía razonar como un adulto y me sentía devastado”.

En EE.UU. hay 200 escuelas para superdotados. En Argentina, existen en sólo cuatro ciudades (Capital, Pilar, Salta y Mendoza). Y Jujuy es la única provincia donde el Estado capacita a las escuelas comunes para integrar a estos alumnos. “Un niño con altas capacidades tiene una vida tan dura como la de un discapacitado. Requiere un proyecto de educación personalizado que estimule su razón y que no lo obligue a nivelarse para abajo ”, dice Vázquez.

Si alguien cree que cuando crecen son todos físicos nucleares, se equivoca: “Como se aburren con facilidad, hay muchos que hicieron seis carreras y no terminaron ninguna. Otros crecieron ocultando sus diferencias, no logran insertarse socialmente y terminan resignándose a trabajar en tareas inferiores a su capacidad”, cuenta Vulej. Así, esos niños que en otros países son cuidados como piedras preciosas en bruto, en el nuestro terminan arrastrando un barrilete de piedras.

Robots y pizarrones interactivos

En Argentina existen dos colegios privados para chicos con altas capacidades. En el Norbridge (tiene sedes en Capital, Pilar y Mendoza) trabajan desde sus notebooks a través de un pizarrón interactivo, siguen online clases dictadas en Londres y emplean un “método de casos” desarrollado en Harvard. Así, los chicos de jardín arman globos terráqueos inflables para entender la contraposición de los océanos. Los “talentosos” de sexto, en vez de tener matemática hacen un taller de robótica o, en vez de hacer teatro, deben crear una empresa teatral símil Broadway. La cuota cuesta, según el nivel, entre $ 300 y $1.200. En Salta, en el Instituto Gifted Children, los de jardín pidieron crear su huerta para saber sobrevivir sin ir al supermercado. Los de 8 años están diseñando un aparato para gastar menos electricidad. Estudiar allí sale $370.

Cómo reconocerlos

Leen precozmente, son muy curiosos, los movilizan las obras de arte y la música.

Se expresan con metáforas.

Tienen un gran poder de abstracción y análisis.

Les interesa comprender la naturaleza de las cosas.

Toman objetos comunes y les dan usos insólitos.

No toleran la injusticia. Los problemas de la humanidad los angustian y tienen una enorme sensibilidad.


A los 12 años, cambió de colegio seis veces

A los 3 años, Francisco se subió a una camioneta F100, la arrancó y destrozó el portón de su casa. Fabricó un trompo con bloques, una lamparita y un cargador de pilas, pero los nenes del jardín lo corrieron a patadas. Y como no quería estar ahí, empezó a esconderse dentro de los armarios. “Lo llevé a una psicopedagoga. Como los juegos para su edad le parecían tontos, no los hacía. Le diagnosticaron un retraso mental de dos años”, cuenta su mamá.

Cuando empezó primer grado “todo empeoró. Aunque él ya escribía en cursiva, lo obligaban a escribir en imprenta. Empezó a leer a Poe, a Kafka y a Borges, pero en el colegio le dijeron que se iba a traumatizar y se lo prohibieron. A mitad de año dejó de hacer las tareas. Lo mandaron a un neurólogo que lo medicó con la droga para chicos hiperactivos: llegó a la dosis máxima previa a la intoxicación y fue peor: se hiperconcentraba y se aburría mas”, dice Verónica.

Recién ahí llegaron al diagnóstico de superdotación. “Pero la maestra no nos creyó, lo retaba por soberbio y le decía ‘a ver vos que sabés tanto...'. Francisco empezó a escribir con letra de hormiga y a hacer las cuentas de abajo para arriba para volverla loca”.

Como su edad no condice con su inteligencia, Francisco se mete en problemas: “En el colegio, agarró un vaso, dos cables y una pila. Les mostró al resto cómo se produce la electrólisis. Terminó explotando todo”.

Verónica logró que le pusieran una maestra integradora: como nadie sabe manejarlo, renunciaron nueve en tres años. Su hijo tiene 12: ya lo cambiaron seis veces de colegio. Esta vez, su mamá decidió que lo mejor era mentir: que nadie sepa que su hijo es superdotado.

www.clarin.com 01/08/10