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Tenemos la gran oportunidad de cambiar la educación criando niños felices aprendiendo con alegría, entusiasmo y amor.

No pueden quedarse sentados, les cuesta concentrarse en una actividad durante mucho tiempo y son capaces de reaccionar en forma desmedida si se los provoca. Son síntomas del déficit de atención con hiperactividad e impulsividad, trastorno que afecta al 4% de los escolares. Aquí, cómo tratarlo

Manuel, de 8 años, no se queda sentado ni un minuto. Tarda horas en dormirse, le cuesta concentrarse en una sola actividad a la vez, llama la atención con monerías y, cuando sus compañeros lo provocan, estalla en una furia de patadas y trompadas al por mayor.

En los consultorios pediátricos, el caso de Manuel no es una novedad. Antes, a los chicos como él se los llamaba hiperkinéticos. Ahora se dice que padecen de trastorno de déficit de atención con hiperactividad e impulsividad.

Según el National Institute of Mental Health, el organismo americano que estudia el cerebro y sus enfermedades, el problema es más frecuente entre los varones, tiene un componente hereditario y lo padece alrededor del 4 por ciento de los chicos en edad escolar.

Una interpretación rápida podría encuadrar a más de un chico movedizo como un paciente con este trastorno. Por eso los especialistas recomiendan, ante todo, interpretar los síntomas con prudencia y sentido común y recurrir a un profesional capacitado para realizar un diagnóstico correcto.

"Es difícil distinguir los síntomas de ADHD (las siglas del trastorno en inglés) de comportamientos propios de la edad de niños activos y ruidosos que tienden a moverse exageradamente. Recordemos que nuestras abuelas decían carne que crece se mece", dice el doctor Jorge Franco, médico psiquiatra y jefe de consultorios externos de Salud Mental del Hospital de Clínicas.

Debido a que son difíciles de definir y diagnosticar, los trastornos de hiperactividad y déficit de atención muchas veces son subdiagnosticados o, por el contrario, tratados en exceso.

Los especialistas distinguen tres subtipos del trastorno: uno en el que predomina la impulsividad y la hiperactividad; un segundo en el que se destaca el déficit de atención y un tercero en el que se combinan los síntomas de ambos.

En líneas generales, los chicos con falta de atención no reparan en pequeños detalles, tienen dificultades para mantener la concentración en la actividad que están realizando, no escuchan cuando se les habla, no siguen instrucciones, tienen dificultades para organizar sus tareas, evitan ejercicios que requieran un esfuerzo mental sostenido, pierden cosas, se distraen fácilmente ante estímulos externos y son olvidadizos en las actividades diarias.

Impulsivos e inquietos

Esas características pueden combinarse o no con los síntomas de los niños hiperactivos e impulsivos, que son: no quedarse sentado en situaciones que lo requieren, tener dificultades para jugar tranquilo, hablar excesivamente, actuar sin pensar, agitar las manos y los pies, responder antes de escuchar la pregunta completa, interrumpir con frecuencia y tener dificultades para esperar su turno.

"Un chico que desde muy pequeño presentó dificultades para conciliar el sueño, que no es capaz de quedarse cinco minutos sentado en la silla, que parece un moscardón que zumba permanentemente, que presenta dificultades escolares por no poder concentrarse en su tarea, que cuando es provocado estalla exageradamente y que tiene un rendimiento intelectual normal (cuando consigue quedarse quieto) es candidato a ser evaluado desde este punto de vista", explica el doctor Hugo Sverdloff, secretario del Comité de Pediatría Social de la Sociedad Argentina de Pediatría.

"Generalmente -agrega el médico-, esta condición se hace evidente en los últimos años del jardín o al ingresar en la escuela primaria, donde aparecen las normas y la necesidad de quedarse quieto y concentrarse."

Los estudios realizados en chicos con diagnóstico de trastorno de déficit de atención con hiperactividad e impulsividad señalan que los síntomas de hiperactividad disminuyen con la edad, pero no ocurre lo mismo con los de falta de atención: alrededor de un tercio de los individuos diagnosticados en la infancia siguen presentando síntomas similares en la edad adulta.

El diagnóstico

Según los especialistas, el diagnóstico sólo se confirma cuando los síntomas de desatención, hiperactividad e impulsividad se mantienen durante más de seis meses, comienzan antes de los 7 años y producen un deterioro de las relaciones afectivas y sociales del niño.

En el caso de Manuel, por ejemplo, sus padres decidieron consultar a un especialista cuando descubrieron que sus compañeros no querían jugar con él porque no aceptaba las reglas de los juegos, los agredía y solía interrumpir las actividades del grupo sin esperar la aceptación de los demás.

"El niño tiene una inquietud interna que exterioriza saltando, corriendo injustificadamente o perturbando cuando en el grupo se desarrolla una actividad sedentaria como escuchar un cuento o mirar un video. Tiende a no escuchar o interrumpir a su interlocutor, lo que a su vez dificulta su integración por no comprender las consignas", explica Franco.

La falta de un método de diagnóstico adecuado es una de las asignaturas pendientes en el estudio de la hiperactividad y el déficit de atención, así como la necesidad de definir mejor los criterios de diagnóstico.

El diagnóstico es esencialmente clínico; no hay estudios de laboratorio, imágenes o electroencefalográficos que pongan un sello distintivo a los pacientes, como el aumento de azúcar en la sangre en la diabetes, por ejemplo.

La clave está en la observación de la conducta del niño, de sus reacciones y su relación con el mundo que lo rodea. A partir de un detallado informe (bien estudiado y reglado), en el que participan los padres y los maestros, se puede elaborar un diagnóstico certero.

"Hacer un diagnóstico adecuado no es fácil ni lineal y las confusiones pueden dar lugar a errores de enfoque y tratamiento que pueden ser muy perjudiciales. En los últimos tiempos hubo una explosión de diagnósticos de síndromes de hiperactividad con disantención que no son todos correctos, con lo que existe un verdadero sobrediagnóstico de la enfermedad", dice Sverdloff.

Según un estudio realizado por los especialistas españoles Alberto Fernández Jaén y Beatriz Calleja Pérez, autores del libro Trastorno por déficit de atención e hiperactividad, numerosos aspectos psicosociales, como la fragilidad familiar, influyen en el desarrollo del trastorno.

"La posibilidad de desarrollar síntomas es entre dos tres veces mayor en familias con padres separados", aseguran los especialistas.

Algunos especialistas ponen el acento en la crianza. En la necesidad de inculcarles valores como el respeto y la responsabilidad desde muy chicos y, sobre todo, en prestarles atención.

"El problema principal es la falta de atención -dice el especialista mexicano Juvenal Gutiérrez, autor de varios estudios sobre el tema-, estos trastornos se ven mucho en chicos de buena posición económica de los que nadie se ocupa emocionalmente, y en los de menos recursos cuando los padres no les llevan el apunte, ya sea porque pertenecen a familias numerosas o porque trabajan mucho. La situación de estos últimos es más delicada porque también están desprotegidos desde el punto de vista asistencial, porque no tienen acceso a tratamientos".

También existen factores genéticos en la transmisión de la enfermedad.

El tratamiento

Según el doctor Franco, estos trastornos no se curan en el sentido estricto de la palabra; sin embargo, hay muchísimas medidas que se pueden tomar para que los chicos puedan tener un desempeño normal tanto en la escuela como socialmente.

"Con el tiempo, la hiperactividad se atenúa notablemente y en la adolescencia esta condición pasa inadvertida. Especialmente si, con buen criterio, se eligen actividades que no requieran de quietud y sosiego. Un joven con hiperactividad puede ser un excelente animador de actividades sociales, por ejemplo", dice Franco.

La tendencia actual en Estados Unidos es utilizar medicación para tratar estos trastornos, y se demostró que es útil en muchos casos si se combina con un enfoque integral que incluya un trabajo psicoterapéutico con padres, hermanos y un intercambio de información y estrategias con la maestra y las autoridades escolares.

"Lo importante es acompañar a los chicos en su desarrollo con actitudes que eviten recalcar su condición. No tiene sentido someterlos a largas esperas o a clases interminables en grupos grandes. Antes que poner el mote de insoportable, debemos entender que su conducta está más allá de sus posibilidades de controlarla, y que un mal desempeño en la escuela puede ser revertido utilizando técnicas pedagógicas adecuadas que contemplen su corta atención, o que sepan atraerlo para ganar su interés", dice Sverdloff.

"Un chico que se frustra -continúa el especialista- entra en un círculo de desvalorización, bronca y reacciones contrarias y es más difícil de recuperar."

Según los especialistas, existen dos extremos peligrosos en relación con este problema: uno es ignorarlo y el otro preocuparse en extremo, llegando a ahogar al chico con cuidados y destruir su autonomía.

Según Sverdloff, el punto adecuado debe ser: frente a un chico excesivamente movedizo, con atención corta o salpicada, bien vale la pena una consulta con el pediatra y, si es necesario, con el neurólogo o el psicopedagogo. En caso de llegar a un diagnóstico de certeza o, por lo menos, de razonable seguridad, el manejo adecuado puede o no incluir medicamentos, pero sí debe haber un buen tratamiento psicopedagógico, y un acompañamiento muy cercano y comprometido por parte de los padres y docentes.

El dato

El Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos convocó recientemente a un comité de expertos para elaborar algunas pautas sobre el tratamiento del síndrome de hiperactividad y déficit de atención. El informe señala que la hiperactividad no es un desorden aislado y que se asocia la mayoría de las veces (entre el 60 y el 70 por ciento de los casos) con trastornos afectivos.

Protagonistas

Desde bebe parecía tener más energía que los chicos de su edad. Cuenta su mamá, que a los 3 años ya era un terremoto que descontrolaba todo lo que encontraba en el camino y no era capaz de quedarse quieto en la mesa a la hora de comer. La situación se complicó en el colegio cuando su intolerancia lo llevó al extremo de pegarles a sus compañeros por minucias.
Tomás, de 12 años

Con frecuencia tiene problemas para hacer los deberes. Es normal que olvide que la maestra le encargó trabajos para hacer en casa y, cuando alguien se lo recuerda, se distrae en otras cosas y casi nunca logra terminarlos. A veces, directamente, no anota en el cuaderno la tarea que le encargan.
Manuela, de 8 años

Le cuesta mucho controlar sus reacciones. A veces sus comentarios son poco adecuados y otras es capaz de cruzar la calle corriendo sin mirar si viene algún vehículo. Sus padres consultaron con un especialista cuando tuvo problemas con sus compañeros por no acatar las reglas de los juegos infantiles.
Marcos, de 13 años

www.lanacion.com.ar 14/03/04

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