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A pesar de que ya pasó tanto tiempo desde los días en que, entre los 17 y los 22, fui maestra en una escuelita de Monte Grande y, algo más cerca, acompañé a mis cuatro hijos mientras atravesaban el ciclo escolar, la educación sigue siendo uno de los temas que considero fundamentales, prioritarios.


Esos cinco años me ofrecieron un lugar en primera fila para admirar la mente prístina de esos petisos inimputables, siempre desbordantes de avidez por entender, provistos de una inagotable capacidad para inventar e inventarse, pero al mismo tiempo poco dispuestos a regalar su atención, a menos que el tema realmente les interese.

Después de dos días de tortura en mi primer trabajo en una compañía de seguros, el llamado para ocupar un puesto como maestra de tercer grado fue como una balsa para el náufrago. No me importaban los tres pares de medias que tenía que usar en invierno para combatir el viento gélido que ingresaba desde el patio por la rendija que se abría entre la puerta de chapa y el suelo de baldosa ni los madrugones en la parada del 51. Los pequeños logros de cada día (que mis alumnitos aprendieran a multiplicar, ¡o se lanzaran a escribir poesía!) me hacían olvidar lo agotador de ejecutar diariamente el número de magia que permitiría seducir al grado para que aceptara mis propuestas pedagógicas.

Hoy las neurociencias y las ciencias de la educación aportan conocimientos valiosos y sugieren nuevos acercamientos a los procesos de enseñanza y aprendizaje. En esas épocas sin iPads ni teléfonos inteligentes, la tecnología que teníamos a mano para enriquecer nuestras clases era la cartulina y los marcadores. ¡Ni siquiera había fotocopiadora!

De esa experiencia antediluviana conservé la idea de que entre las herramientas más poderosas con las que cuenta un maestro están el entusiasmo y el cariño por sus alumnos.

Precisamente, un maestro fuera de serie, capaz de guardar las fotografías de todas las clases con las que trabajó, y sus alumnos son los protagonistas de ¡Qué porquería es el glóbulo! (Ediciones de la Flor, 1976), una selección de frases escritas o escuchadas en una escuela uruguaya, colmadas de humor, de disparate y de incomparable candidez, reunida por José María Firpo a lo largo de treinta años de actividad escolar.

Las páginas de esta verdadera gema editorial, que todavía se encuentra en las librerías de usados y debemos al talento de Daniel Divinsky (un "bocho" precoz que fue noticia cuando se recibió de abogado a los 20 años), no se pueden recorrer sin dar rienda suelta a la sonrisa y, a veces, a la carcajada. Como esa explicación doctoral de un "botija" de 10 u 11 años, que asegura: "Microscopio, en griego, quiere decir esto: «micro», ómnibus, y «scopio», miles".

Las ocurrencias de esos cerca de 4000 alumnos, cuyas fichas Firpo conservaba puntillosamente, son insuperables. "A veces yo tengo el ombligo limpio", redacta uno. "La boca es la parte del cuerpo que mastica más", concluye otro. "Ayer estuve pensando una hora seguida", anuncia un tercero. Y otro se asombra: "Yo siempre que veo una estatua está inmóvil".

Muchas de las frases que integran los registros de Firpo están agrupadas siguiendo los temas del currículum de la época. Por ejemplo, la digestión: "En mi casa todos tenemos estómago porque es muy útil" o "La comida interrumpe la digestión". Los viajes de Colón: "Colón soñaba siempre con tener una carabela para ir con los amigos". "Reina Isabel, ¿no tiene plata para darme? Bueno, solamente que hagamos alguna rifa". "Los filosóficos decían que Colón se iba a caer del plato."

O el átomo: "(?) está compuesto de electrones y brotones". "Es más chico que un microbio, me parece". "Es una cosa que cuando se amontona explota."
De ese "rejunte" inefable, cómo no concluir con el diálogo que deja ver el periodismo con los ojos de un niño cuando un colega imaginario, que viaja con los descubridores de América, entrevista a un indio.

Periodista: "Yo me llamo Ricardo, ¿y tú?" Indio: "Yo me llamo Jorge Pérez". "¿Cómo llamas a la tribu cuando hay guerra?" "Con humo." "¿Y lo hacen en los toldos?" "No. Encendemos el fuego en las montañas más altas." "¿Alguna vez peleaste en guerras?" "Sí. He peleado en varias." "Gracias. Voy a mandar estas noticias. Hasta mañana.”

Por Nora Bär

www.lanacion.com.ar  26/06/15