Asesoramiento y acompañamiento en la crianza y educación de los hijos.
Se brinda asesoramiento a los padres basadas en la crianza con apego y en la disciplina positiva.
Se asesora sobre los primeros aprendizajes otorgando una serie de pautas e informaciones respecto a los aspectos evolutivos, madurativos, sociales y espirituales que favorezcan el vínculo familiar y el desarrollo integral de los hijos.
Abordaje psicopedagógico integral del niño y su familia.
Se acompaña al niño desde el sufrimiento por sus dificultades de aprendizaje y se aborda la situación desde un enfoque holístico que tiene en cuenta su ser, su sentir y su hacer. Se trabaja desde el afecto y el vínculo con la familia y su vivencia en su trayectoria escolar.
La metodología de trabajo consiste en entrevistas con el niño, la familia y el niño junto a su familia.
Asesoramiento,formación e información sobre pedagogías alternativas.
Se brinda asesoramiento, información y formación acerca de las pedagogías alternativas.
Se brinda orientación y acompañamiento respecto a actividades que respeten el interés y el propio ritmo de aprendizaje de los niños basadas en las distintas propuestas que ofrecen las pedagogías alternativas.
El asesoramiento se brinda a familias y/o a grupos o instituciones...
El fenómeno de los “estudiantes senior”. En la última década la matrícula de esa edad aumentó el 60%. Dicen que es porque muchos trabajan y demoran más en recibirse. También porque empiezan a cursar de grandes, ya casados y con hijos.
El perfil de alumno que sale de la escuela secundaria y acto seguido entra en la universidad se ha desdibujado como la tinta en un vidrio. En la Universidad de Buenos Aires (UBA) cada vez hay menos “estudiantes post-adolescentes” y más “estudiantes senior”. Tienen otro chip. En muchos casos ya son independientes en lo económico, viven en pareja o están casados, e incluso son padres o madres.
En la última década, la cantidad de alumnos menores de 20 años cayó el 36%. Además, los menores de 22 son el 25% menos. Como contrapartida, los mayores de 30 se multiplicaron: la cifra creció el 60% en ese periodo. Esto ha hecho que, actualmente, uno de cada cuatro universitarios que transitan las 13 facultades de la UBA y el CBC ya tenga más de 30 años.
Los datos fueron proporcionados a Clarín por la Coordinación Censal de esa casa de estudios, actualizados a 2011 con datos provisionales del último censo, que arrojó una población total de unos 300 mil estudiantes. Una situación similar se da en la Universidad de La Plata o en otras universidades grandes del Interior.
¿Cuáles son las causas de este fenómeno de “envejecimiento” estudiantil? Catalina Nosiglia, secretaria de Asuntos Académicos de la UBA, argumenta dos clases de motivos. Para explicar el descenso de la población de menor edad señaló que “entre 1999 y 2009 aumentó el 43% la oferta académica universitaria, sobre todo en el área metropolitana”. Es decir, cada vez hay más lugares para elegir donde estudiar.
Según datos de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación, en el país existen 47 universidades nacionales (muchas en el Conurbano) y 46 privadas. La oferta terciaria no universitaria también creció: el 31% entre 2004 y 2010.
En cuanto a la franja de mayor edad, de 30 años en adelante, Nosiglia explica que, por un lado, se trata de un “fenómeno mundial”. Algunos análisis de esta realidad en la que no sólo se ajan los libros, dan cuenta de la difícil tarea que tienen las facultades hoy para integrar a alumnos de edades tan diversas y diferentes grados de madurez. Ya lo han visto y estudiado, por ejemplo, en España. Pero esta transformación aún no ha sido estudiada desde la UBA.
“Se trata de una nueva tendencia, que tiene que ver con la actualización que muchos trabajadores no profesionales necesitan para poder seguir insertos o progresando en el mercado de trabajo. Empiezan a estudiar de grandes porque su situación económica ahora les permite dedicarle tiempo a esos estudios, cuando antes no lo tenían”, explica Nosiglia. Esto es sólo una de las caras de la moneda.
Por otro lado, están los alumnos que se extienden más de los 5 o 6 años, previstos por los planes de estudio, para completar sus carreras. Nosiglia atribuye la postergación en la obtención del título a que cada vez son más los estudiantes que trabajan: “Ya lo hace el 63% (6% más que en 2004). Y de ese total, al 60% su situación laboral le consume más de 35 horas semanales. Ya es un problema estructural de la universidad”.
Esta laxitud temporal, que atenta contra la consumación de las carreras de grado, se da tanto en la UBA como en otras universidades públicas, en las que el denominador común, además del buen nivel académico, es la gratuidad. No ocurre lo mismo en las privadas: fuentes de la Universidad de San Andrés, la Torcuato Di Tella y la Católica no reconocen esta realidad. Al contrario, y casi como si fuera una declaración de principios, afirman que en sus aulas “casi no hay alumnos de más de 26 años” (ver Privadas: como...).
La Universidad de La Plata, en cambio, es otro claro ejemplo del aumento de los alumnos mayores de 30. Lo corrobora su registro histórico de graduados: mientras en 2005 se recibieron allí 337 alumnos mayores de 36 años y 491 de entre 31 y 35, en 2011 esas cifras se duplicaron. Julia Sannuto, directora de Articulación Académica, dice que “esto se da sobre todo en carreras humanísticas y de Bellas Artes”. Y que “hay gente que en un momento de su vida decide estudiar una segunda carrera por placer”. Coincidió también en que “cada vez más alumnos trabajan y estudian, lo que alarga el promedio de las carreras”. En el caso de La Plata, la cantidad de graduados entre 25 y 30 años, sin embargo, se mantuvo estable.
Privadas: como escuelas
Las mayoría de las facultades privadas tienen pocos alumnos de más de 30 años, porque el régimen es más escolar, con pautas fijas de regularidad, y eso deja poco tiempo para trabajar. “Hay que cumplir un mínimo de materias cada semestre y pedimos al menos 75% de asistencia”, explica Ezequiel Bramajo, director de los Ingresos en la Universidad Católica Argentina. La Universidad Argentina de la Empresa es una excepción: con horarios flexibles, tiene 12% de alumnos de más de 30 años.
“Sí o sí tuve que trabajar”
Fernando Solino
Lugar: ciencias sociales (UBA)
EDAD: 33 años
Está terminando su carrera de Sociología, que empezó hace 10 años en la UBA. Fernando Solino ya tiene 33 años y vive con su pareja y su hija de tres meses en Capital, en el barrio de Floresta.
“Supuestamente, mi carrera tendría que durar entre cinco y seis años. Pero empecé despacio, haciendo una materia por cuatrimestre. Después me di cuenta de que con ese ritmo no iba a terminar ni siquiera de grande. Nunca me iba a graduar”, cuenta Fernando. El estudiante precisa que antes había intentado estudiar Ciencias de la Computación. Pero decidió cambiar de carrera cuando tenía 23 años.
Durante sus años de estudio, Fernando casi siempre trabajó. Y a veces tuvo que hacerlo a tiempo completo. Durante otros períodos logró trabajar sólo medio día. “Al principio, cuando vivía con mis padres, no estaba obligado a laburar. Lo hice para tener una independencia propia. Después, cuando me fui a vivir solo, sí o sí tuve que ganar plata, si no me iba a morir de hambre”, explica. Fernando estuvo empleado mayormente en sistemas. Y también hizo algunas encuestas.
Hubo años en los que el estudiante no pudo ni cursar, porque estaba demasiado ocupado. Y también perdió tiempo porque le fue mal en algunas materias. Pero ahora le queda sólo una. “Si la apruebo, ya está. Quiero terminar ya, la semana que viene”, dice.
“Era el momento de cumplir el sueño de mi vida”
Daniel Arrighi
lugar: universidad de Rosario
edad: 46 años
“Cuando entré a la Facultad, le mandé un mensaje a mi esposa diciéndole que me quería ir”, cuenta Daniel Arrighi sobre aquel día de 2007 en que regresó a un aula, en la Universidad Nacional de Rosario. Veinte años antes, le había anunciado a un compañero, café de por medio, que dejaría la carrera de Comunicación Social. Hoy recuerda: “No podía sostener el ritmo al que estaba acostumbrado, yo era de rendir 5 materias por año y con mi trabajo en el banco se hacía difícil”.
Si bien al principio Daniel lo pensó como un descanso, la vuelta se dilató: “Lo fui postergando por la falta de tiempo, trabajaba muchas horas y además tenía que ocuparme de mi familia y mis hijos. Hasta que sentí que era el momento para terminar lo que había dejado inconcluso y cumplir el sueño de mi vida”, confiesa. Ahora estudia en el micro a la oficina o en los horarios de comida.
www.clarin.com 23/04/12
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