Señor Sinay: Soy licenciada en marketing, hice trabajos exitosos, tengo un grupo familiar y de amigos espectaculares, estoy siempre a la moda, buena vida, completa. Eso creía. Pero lloraba a diario. Si eso era todo, de eso no quería más. Acudí a la mejor clínica de neuropsicología y psiquiatría, me hicieron todos los tests imaginables, me medicaron, y seguía con una tristeza profunda, sin encontrarle sentido a nada. Un día me fui, y nadie de la clínica me llamó para saber cómo estaba. Conclusión: podrán tener los mejores másters, los mejores estudios, ser los mejores médicos, pero se olvidaron simplemente de contenerme. No se dieron cuenta de que yo no necesitaba tantos tests. Simplemente me tendrían que haber dicho que ahí no iba a encontrar la cura y que escuchara a mi corazón: "Mejor te recomiendo otro restaurante, vos querés pastas y no asado". Pude escuchar a mi corazón y empezar a hacer las cosas que realmente me gustan y necesito, no lo que la sociedad impone o vende. Me contacté con la naturaleza, con las estrellas, con los animales, y encontré mi felicidad. Me escuché. Paré. Y volví a empezar. Al otoño le sigue la primavera, los cambios son naturales.

Florencia Dorso

Algunas experiencias humanas tienen causas y otras tienen razones. Causas y razones no son la misma cosa. Así lo explicaba, en El hombre doliente, el médico, psiquiatra y profundo pensador humanista Viktor Frankl. Si lloro al pelar cebollas hay una causa, no una razón. Si lloro por la muerte de un ser querido hay una razón. A cuatro mil metros, un alpinista puede sentir mareos y angustia por falta de oxígeno; es una causa. O puede angustiarse porque se sabe mal entrenado y siente que no logrará su meta: es una razón. Causa y razón pueden converger en esta angustia. Nuestra amiga Florencia tenía razones para su crónica tristeza y para la depresión que teñía sus días, aunque aparentemente le sobraran causas para sentirse feliz. Lo que ella buscaba intuitivamente eran las razones de ese malestar existencial. Pero recibió como respuesta, según su relato, una andanada de medidas destinadas a encontrar causas. Y siguió sufriendo.

Quizás esto se vincule a algo que se repite en muchos planos. El progreso científico y tecnológico que olvida su para qué, su sentido, su razón última y trascendente (ayudar a cada ser humano a desarrollar sus potencialidades y a plasmar una huella en el mundo), termina reduciéndose a un simple "progresar para progresar". Es una aplicación de técnicas y de aparatología sin contexto antropológico. Falta el factor humano. Las personas no están en el horizonte. Cuando quien sufre es tratado sólo como un número o una enfermedad, explica el médico y logoterapeuta Gerónimo Acevedo, "se siente cosificado, transformado en una cosa", y queda reducido a eso. En El modo humano de enfermar, Acevedo propone una mirada integral, que al permitir entender el sentido de la enfermedad incluso puede reducir su duración y sus costos. Acevedo no sugiere abandonar el conocimiento científico biomédico, sino "enriquecerlo con un conocimiento vivencial, intuitivo y existencial al que estamos hoy poco dispuestos a valorar". El sufrimiento no es sólo un síntoma, insiste, sino una experiencia personal a la que es necesario acompañar para encontrar su razón (no meramente su causa). Describe la salud como el desarrollo del ser en su esencia y sentido, como la capacidad de respuesta ante la dolencia y no como la ausencia de dolencias.

"Encontrar un sentido existencial no es la causa de la salud, sino el motivo para tenerla", dice Acevedo. "Y la medida de la misma no viene dada por la ausencia de crisis, sino por la capacidad de superarlas para instaurar un nuevo orden funcional." El sufrimiento de Florencia, visto desde esta perspectiva, vino a decirle que, más allá de las apariencias y formalidades, la vida que vivía no le procuraba armonía, percepción de trascendencia, de estar haciendo algo más que transcurrir. Y eso no se soluciona con un test o con un fármaco. Los autos, los televisores, los celulares, pueden ser reparados mediante la aplicación de una misma técnica a todas las unidades. Pero los seres humanos no se "reparan". Es cuestión de promover su salud, afirma Acevedo, y para ello la medicina debe tratar con alguien (la persona), no simplemente con algo (la enfermedad). Florencia, la persona, cambió naturalmente, como ella dice, cuando encontró la razón de su dolencia. Quienes buscaban sólo la causa nunca curaron la enfermedad. Y allí está la diferencia.

Por Sergio Sinay

www.lanacion.com.ar 09/01/11

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