El aprendizaje-servicio, es una metodología pedagógica de enseñanza que promueve el trabajo solidario de los jóvenes con el objetivo de optimizar los aprendizajes académicos y la formación personal. Si bien, este modelo no es nuevo en la experiencia internacional ni en la práctica de las escuelas argentinas, sólo en los últimos años comenzó a adquirir mayor difusión en el país.

Desde que, en 1966, Harvard iniciara su primer curso de aprendizaje-servicio, centenares de universidades y escuelas en todo el mundo han incluido este tipo de actividades en su currículum formal.

Universidades del prestigio de Berkeley y Stanford han fundado institutos de capacitación docente en aprendizaje-servicio. Países tan diversos como Italia, Alemania, Botswana, Australia y Chile están promoviendo programas nacionales o regionales para que los estudiantes puedan servir a la comunidad aplicando los conocimientos adquiridos en la educación formal.

En Argentina, la organización del bachillerato internacional, al que están adheridos algunos de los colegios más prestigiosos, exige que los alumnos cursen y aprueben la materia CAS (Creatividad, Acción y Servicio). Esta materia busca propiciar que los alumnos se conviertan en ciudadanos responsables y solidarios, que sean capaces de poner su creatividad y talentos en acción para el beneficio de los demás. Así promueve la participación activa de los jóvenes estudiantes en la sociedad y el trabajo en cooperación con otras personas.

Las experiencias de aprendizaje-servicio que tuvieron lugar en nuestro país en estos último años han sido múltiples, se han desarrollado en todos los niveles de enseñanza y en todos los sectores sociales. Hay nenes de jardín que cultivan retoños de árboles para plantar en su barrio, estudiantes del profesorado que brindan apoyo escolar a niños necesitados, adolescentes de los colegios más exclusivos que ofrecen apoyo escolar en centros comunitarios, chicos de barrios marginales que les enseñan computación a los adultos desocupados de su propia comunidad...

Las escuelas que han participado de este tipo de experiencias, consideran que el impacto que esas acciones solidarias tienen en la calidad de los aprendizajes de los estudiantes, es altamente positivo.

La Escuela Media Nº 40 de Resistencia, Chaco, ubicada en una zona marginal con altos niveles de deserción, luego de cuatro años de desarrollar proyectos de aprendizaje-servicio aumentó un 40% su matrícula, y en 1999, por primera vez, no tuvo repetidores en primer año. La Escuela Técnica Reynaldo Merín de San Rafael, Mendoza, cuyo proyecto consistió en producir sillas de ruedas para discapacitados sin recursos, obtuvo por primera vez los mejores resultados en el Operativo Nacional de Evaluación 2000.

La evidencia muestra que una escuela que desarrolla un buen proyecto de aprendizaje-servicio también enseña mejor. Los niños de primer grado de una escuela serrana de Córdoba que escribieron cartas a su intendente contándole cómo querían que fuera la plaza del pueblo, y lograron que ésta mejorara, aprendieron la importancia de la escritura de un modo más efectivo que con las viejas redacciones.

Los adolescentes de Santa María de Catamarca que, con su investigación sobre los beneficios de la lombricultura revirtieron el desgaste de los suelos de muchos productores locales, aprendieron más ciencias naturales, física y química que la que mandan los programas oficiales. Los estudiantes de la escuela técnica de Junín de los Andes que adaptaron molinos de viento a las necesidades de las poblaciones mapuches de la cordillera ganaron en la Feria Mundial de Ciencias de 1999 y también obtuvieron una valiosa experiencia laboral.

De hecho, una exhaustiva investigación desarrollada recientemente en las escuelas públicas norteamericanas muestra que los estudiantes aumentan alrededor de un 10% su rendimiento escolar cuando éste se asocia con actividades de aprendizaje-servicio, y que este porcentaje es aún mayor para los estudiantes de sectores sociales considerados de riesgo.

En el año 2001 la Secretaría de Educación, creó el Programa Nacional de Escuela y Comunidad con el objetivo de promover los proyectos de aprendizaje-servicio en nuestro país. Esto incentivó a que miles de escuelas de todo el país implementaran esta metodología de enseñanza.

El Ministerio de Educación, además estableció criterios básicos de calidad de los proyectos solidarios, fundados en los estándares internacionales del aprendizaje-servicio: el proyecto debe estar conducido desde la escuela, protagonizado por los estudiantes, y dirigido no sólo a cubrir una necesidad de los destinatarios del servicio, sino orientada a mejorar el aprendizaje.

Clayss, Centro latinoamericano de aprendizaje y servicio solidario, es una organización que trabaja para promover, en América latina, la educación en los valores de la solidaridad y la participación ciudadana a través del desarrollo de la metodología del aprendizaje-servicio. Su directora, Nieves Tapia, opina que “actualmente, muchas escuelas advierten la necesidad de que los estudiantes salgan a la cancha y tomen contacto con los problemas y las organizaciones, para que puedan aplicar conocimientos que de otro modo serían teóricos, y también para que puedan aprender por experiencia que el bien común no se construye desde la apatía, que el tan arraigado no te metás deja espacio para demasiados males, y que la mejor vacuna para la desesperanza y el pesimismo es hacer algo concreto para que el presente sea mejor.”

www.lanacion.com.ar 28/02/03

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