Clases de música, gimnasia, equitación y danza, colonias de vacaciones, equipos deportivos: la lista de actividades para sus hijos que pagan los padres es interminable. Sin embargo, esto no garantiza el éxito de adultos.

“Las experiencias que consideramos que nuestros hijos debían vivir antes del secundario bajaron ahora al nivel inicial –dice William Doherty, profesor de estudios sobre la familia en la Universidad de Minnesota–. Pronto estaremos hablando de oportunidades de liderazgo para bebés que gatean”.
De alguna manera, no ofrecer a nuestros hijos todas las oportunidades posibles “es como ser malos padres”, señala Wendy Mogel, psicóloga clínica. Así, algunos padres terminan agotando sus recursos financieros y su energía emocional. “Hacen tantos sacrificios y están tan estresados por llevarlos de un lado para otro que explotan apenas sus hijos sintonizan la radio en otra emisora”, afirma Bryan Caplan, profesor de economía.

De todos modos, ¿no es bueno, en definitiva, para el bien de nuestros hijos? No necesariamente. Steven Levitt, profesor de Economía de la Universidad de Chicago, sostiene que no hay pruebas de que las elecciones paternas de este tipo estén relacionadas con el éxito académico. “Y el caso de la felicidad de los chicos, esa acumulación seguramente exhibe una relación negativa. Ser arrastrado de una actividad a otra no es la forma en que la mayoría de los chicos quieren vivir sus vidas”.

Prácticamente todos los padres saben que un número infinitesimal de chicos alcanzará nivel internacional en el campo que sea. Pero consideran que quizás esas clases de actuación lancen a su hija al papel protagónico en la obra teatral de la escuela. El problema es que muchos nos creímos la idea de que cada niño tiene “un talento oculto”, apunta el profesor Doherty, y que estamos fallándoles a nuestros hijos si no hacemos todo lo posible por sacarlo a la luz.

El deseo de ofrecer todas las oportunidades imaginables “es un miedo desplazado al colapso del futuro”, sostiene Mogel. Pero aunque un niño sea apasionado por algo, eso no significa que haya que exagerar “si es en detrimento de la salud mental de los padres o de una vida familiar conectada”, afirma Doherty. Y debemos dejar de lado, concluye, la idea de que si los chicos no empiezan temprano, no desarrollarán todo su potencial: “El cerebro humano no madura totalmente hasta alrededor de los 25 años”, concluye Doherty.

www.clarin.com 15/08/11

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