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Por Antonio M. Battro

Una historia reciente en los Estados Unidos puso en el tapete el tema del talento excepcional. El niño Justin Chapman reveló muy precozmente una capacidad intelectual tan notable que su madre lo presentó como un prodigio.

En los tests mentales obtuvo puntajes que jamás se habían registrado, así como en las pruebas de aptitud escolar (SAT) para iniciar los estudios universitarios, que comenzó a los 7 años. Pero pronto se descubrió que todo era una falsificación, que los tests habían sido fraguados por la madre y que los mentados cursos superiores eran apenas tareas enviadas por correo electrónico.

El niño está ahora en tratamiento psiquiátrico, la Justicia dictaminó negligencia materna, vive con una familia sustituta y los abuelos y el padre divorciado han solicitado su custodia.

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Ante todo conviene establecer algunas distinciones. Un niño prodigio es un fenómeno muy raro, pero existen casos perfectamente probados. Los ejemplos de Mozart en la música y de Gauss en las matemáticas están documentados, y hay otros casos contemporáneos bien estudiados (D. Feldman, The nature´s gambit, 1991, NY: Teachers College). Se trata de niños que demuestran un desempeño comparable al de un profesional adulto en algún dominio particular.

Revelan una maravillosa coincidencia entre una capacidad innata, la de un cerebro con características muy particulares, y ciertas condiciones del entorno familiar y cultural. En el caso de Justin no se identifica claramente en qué dominio o campo de actividad era superior, primer indicio que nos llevaría a desconfiar. ¿Prodigio en qué?

En segundo lugar, se dijo que tenía un cociente intelectual altísimo. La idea misma de cociente intelectual es discutible. Se trata simplemente de un número que pone en relación la edad mental con la edad cronológica, pero nadie sabe, en realidad, qué es la edad mental.

Un psicólogo llegó a decir que "la inteligencia es lo que mide mi test", pero así es muy fácil medir cualquier cosa. De hecho, en la actualidad, pocos son los científicos que aceptan un cociente intelectual para evaluar la inteligencia. Segundo argumento débil en el caso de Justin.

Finalmente, es bueno saber que -a diferencia del prodigio- los talentos precoces son frecuentes. Cuántas maestras se encuentran con alumnos de primer grado que ya leen, escriben y calculan correctamente en el primer día de clase.

¿Qué hacer con ellos? Ciertamente no se les puede imponer el mismo programa que a los demás. Un trato igualitario lleva al aburrimiento y al desinterés por las tareas escolares, y el niño talentoso se malogra. Es preciso, por el contrario, nutrir cada talento específico con mucho cuidado y dedicación, abriendo el abanico de las ofertas educativas fuera del programa común.

Tal vez Justin tenía simplemente un talento precoz -como tantos otros niños- que fue muy mal atendido. Pero no confundamos un talento precoz con un prodigio o con un genio. Son tres mundos diferentes.

www.lanacion.com.ar 06/10/02