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Hace muchos años (en realidad son pocos si los medimos en la historia de la humanidad), los temas se transmitían oralmente, con juegos, cuentos y canciones, a veces dibujos, en los que se narraban las cuestiones importantes y los valores culturales, espirituales y morales de cada época. Así hoy tenemos un bagaje riquísimo de juegos, cuentos, mitos, fábulas, canciones, celebraciones tradicionales y rituales que siguen usándose para destacar momentos vitales, o para entender problemas humanos familiares o universales.

Hasta hoy los juegos y los cuentos fueron la forma en que los chicos se divertían, adquirían experiencia, aprendían cosas nuevas -entre ellas a compartir su tiempo con otros-, y sin saberlo con juegos y cuentos también procesaban los temas difíciles de la vida diaria hasta lograr elaborarlos, incluso aceptarlos. Y es muy importante para su buen desarrollo que esto siga ocurriendo, pero tenemos que ocuparnos de favorecerlo porque la cultura actual, que tiende a descartar el valor del pasado, puede tirar por la borda, desaprovechar, un material riquísimo para todos.

Por múltiples razones hoy se va perdiendo el juego libre entre los chicos, ellos cada vez más ocupan su tiempo desde muy pequeños mirando televisión o en actividades pautadas o en juegos de competencia. También vamos dejando de leerles cuentos, siempre estamos ocupados con cosas "importantes" y a ellos no les resulta suficientemente atractivo el libro en comparación con la hiperestimulación que ofrecen las nuevas tecnologías o el deporte competitivo. Aunque por suerte el libro suele venir acompañado -y esto lo hace muy tentador- de un adulto muy querido -ya sea mamá, papá o una abuela- que ofrece pasar un rato con ellos entrando a ese mundo mágico de los cuentos, en el que todo es posible, es un ofrecimiento que resulta fascinante a muchos chicos.

Nuestros padres no jugaban mucho con nosotros, estaban ocupados en temas "difíciles", "serios" y "de personas grandes", pero los chicos teníamos varios hermanos o vivíamos cerca de primos, y seguramente estábamos rodeados de otros chicos porque la calle era el lugar de los chicos, y no el lugar peligroso adonde ya no pueden salir solos. En esas épocas los más grandecitos les enseñaban a los más chicos, y así fueron pasando y enriqueciéndose juegos y canciones de generación en generación.

Los adultos en cambio leían mucho, ¡y también contaban cuentos a los chicos!, tenían más tiempo libre; sin tantas horas de trabajo ni tanto teléfono inteligente acompañaban a sus hijos a la cama y les leían?, y así favorecían la lectura. ¡Y mucho más los abuelos y las abuelas! Ellos podían pasarse las largas siestas de las vacaciones rodeados de nietos leyendo Tesoros de la juventud o las obras completas de Luisa M Alcott, de Julio Verne o de Emilio Salgari. Los abuelos de hoy lamentablemente tenemos una agenda muy activa que pocas veces nos permite hacerlo.

No hablo de tomar medidas drásticas como eliminar la tecnología o de no tener televisión en casa, sino de encontrar un equilibrio de modo que los chicos puedan aprovechar la sabiduría ancestral que está en cuentos, canciones y juegos tradicionales. No es por casualidad que perduraron a lo largo de los años; ocurrió porque acompañaron en su crecimiento y maduración a muchas generaciones de chicos. Sumemos juegos, historias y canciones nuevas, y no le quitemos a la infancia esa magia tan especial en la que todavía nos sumergimos los adultos cuando empieza el "había una vez", ante el grito de "pido", el canto de "truco" con las cartas en la mano, al empezar a coser unas payanas, al dibujar la rayuela en el patio o cuando volvemos a escuchar una de nuestras canciones infantiles favoritas.

Maritchu Seitún

www.lanacion.com.ar 26/09/15