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Los especialistas advierten que, a veces, la batalla de los padres contra el "caos" que dejan sus hijos obstaculiza procesos de aprendizaje; la sobreexigencia y la sobreprotección, en la mira

Hay momentos del día en que Gabriela Carena, madre de Mateo, de 8 años, y Agustín, de 15, siente que trabaja como guardiana del orden, en su casa de Florida. Respira profundo, recorre el living con la mirada y siente en la nuca el estrés de las cosas fuera de su lugar. Es de las madres que creen que no se puede vivir en un ambiente desordenado. El caos de juguetes, de papeles o de comida la desestabiliza. Entonces, recuerda que hace unos años tomó la decisión de exigir sin desbordarse.

Pese a que es una de las grandes batallas que se libran en casi todos los hogares donde hay chicos, el detrás de escena esconde parte del proceso de aprendizaje de ellos, que se nutre cuando hay espacio para la distracción y el desorden. Así aparecen los chicos "doble D", distraídos y desordenados.
"Ésas son dos características que los padres tanto luchamos por modificar, pero que en realidad son piezas clave del rompecabezas del desarrollo cognitivo y de la estructuración de la personalidad", dice Pedro Horvat, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Recientemente el diario The New York Times publicó el artículo "¿Es necesario que mi hija se haga cargo de limpiar su cuarto? Allí, su autora, Judy Batalion, contaba que la directora del jardín de infantes al que asistía su hija le envió un correo electrónico con el asunto "la importancia del juego desordenado", en el que se leía: "El acto de crear es más importante que el resultado". La directora pedía a los padres que permitieran que sus hijos tuvieran espacio para el desorden.

La idea desestabiliza. Los especialistas dicen que para los padres, luchar contra el desorden aporta la sensación de que se mantiene el control frente a la ansiedad y a la incertidumbre. Pero también, que si bien es necesario que los chicos aprendan con sus padres a estructurar ese torrente desordenado que es la vida, el orden como valor, per se, está sobrevalorado en la organización familiar. O por el contrario, parecería que no hay peor enemigo que el desorden.

"Muchos padres aceptan que para mantenerse cuerdos, deben ser selectivos con las batallas que pelean con sus hijos. Pero parece que el mantra de «ordená tu cuarto» no es negociable; es la base de la buena paternidad, cimentada en el sentido común", apunta Batalion.

La nueva forma en que se enseña a sumar en las escuelas es una buena prueba de que el desorden forma parte del proceso de aprendizaje. El método de enseñanza cambió, explican en las escuelas. Sin embargo, cuando los padres intentan ayudar a sus hijos en la transición del jardín a la primaria se encuentran con una verdadera sorpresa. Sólo ven una maraña de números y flechas y no son pocos los que intentan ayudar, a fuerza de goma, imponiendo su viejo método.

Incluso la dispersión o la distracción, que en otras épocas era considerada como una amenaza contra el aprendizaje, ahora los especialistas la consideran una capacidad que tenemos cuando somos chicos de estar concentrados en una actividad, sin perder atención a lo que está ocurriendo en el entorno. "Por lo general, se pierde cuando uno crece. Por más que creamos que los chicos no nos escuchan cuando les hablamos, y les pedimos que se concentren, ellos tienen una habilidad que nosotros no: mantener la visión periférica activada mientras están concentrados en otra actividad", apunta el doctor Mario Elmo, secretario del Comité de Pediatría Ambulatoria de la Sociedad Argentina de Pediatría.

"Existen dos formas de orden. El práctico, que nos ayuda a encontrar las cosas. Es plástico, elástico. La otra forma, el rígido, obsesivo, tiene que ver con una forma de manejar la angustia frente a la incertidumbre de la vida. Se apoya en la idea de que el orden es una proyección adecuada de mi mundo interno. Pero no necesariamente es así. La mayoría de la gente podría meditar en mitad del campo, pero pocos podrían hacerlo mientras manejan por el centro en la hora pico", explica Horvat.
Como madre por tres -Martín, de 14 años; Miranda, de 11 y Mila de 5- Valeria Zamberlin, odontóloga, de 46 años, decidió relajarse con el orden en la casa. Y, aunque tiene quien la ayude, decidió priorizar la funcionalidad sobre la estética. "En mi casa no hay adornos ni jarrones. Todo tiene que ser funcional. Priorizamos que haya espacio. Y el living se convirtió en el lugar donde los chicos, juegan a la pelota, andan en patines o construyen sus castillos. Hay momentos en que me da el ataque, pero en otros en los que decido que quiero que mi casa sea un lugar de vida y no un museo", cuenta.

Para Carena, eso es todo un ejercicio de carácter. Pero lo intenta. Necesita regular su pasión por el orden con las distintas personalidades de sus hijos. El mayor, Agustín, de 15 años, es el desborde. En cambio, Mateo, de 8, milita el orden. En su cartuchera, los lápices se acomodan por escala cromática. Carena, que aprendió a luchar contra su propio fanatismo, intenta llevarlos hacia una posición intermedia. A que el mayor se organice y a que el menor se relaje.

Según cuentan los psicólogos, cada vez es más frecuente la consulta por chicos que se volvieron obsesivos del orden. Y muchas veces, eso es algo que viene con la personalidad, pero también que se hereda, o se incorpora de los padres.

"¿Por qué nos genera tanto estrés el desorden? Porque sentimos que es una metáfora del mundo interno que está desbordado", explica Eva Rotenberg, psicóloga y directora de la Escuela para Padres. "Es muy frecuente la queja. Pero cuando los padres tienen un orden interno, es fácil que lo transmitan normalmente a sus hijos. Cuando es un síntoma de los padres, el orden o el desorden se convierten en un conflicto, en desencuentro, en motivo de frustración. La vida familiar, cuando hay chicos pequeños, es desordenada. La realidad es que las madres trabajan afuera muchas horas y no es sencilla la organización. Pero, cuando el desorden de la casa se convierte en una metáfora de un desborde interno, eso es un síntoma. El desorden genera angustia. Y se pierde la dimensión de que los más chicos no tienen la capacidad de ser ordenados. Y de que, en todo caso, el orden, como forma de organización de las cosas, es algo que se aprende en contacto con los padres", apunta.

Rotenberg suele decir que es más fácil para los padres, después de quejarse, ponerse a ordenar ellos mismos, a regañadientes, aunque esto sea un error. Es más fácil, hacerlo que enseñar a hacerlo. Porque implica más dedicación. "Los padres oscilan entre la sobreprotección y la sobreexigencia, pero enseñarles a ordenar es darles las herramientas para que organicen su mundo." agrega.

Un nuevo enfoque

Los expertos y los padres ya no tienen como "enemigos" al desorden y a la distracción
Pedro Horvat
Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina

“La distracción y el desorden son piezas clave del desarrollo cognitivo”
Eva Rotenberg
Psicóloga

“El desorden da estrés porque sentimos que es una métafora del mundo interno que está desbordado”
Valeria Zamberlin
Madre

“A veces me da el ataque, pero pienso que quiero que mi casa sea un lugar de vida y no un museo”
Mario Elmo
Médico pediatra

“La dispersión siempre que no atente contra la concentración es una faceta positiva”
Evangelina Himitian

www.lanacion.com.ar  21/08/16