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Son estudiantes con una agenda repleta de actividades extraescolares. Especialistas y docentes cuestionan esta tendencia a sacarles a los chicos su tiempo de ocio.

Tienen entre 5 y 10 años, sus padres trabajan fuera de casa todo el día y coinciden en un punto: no tienen tiempo para aburrirse. Doble jornada escolar y todo tipo de actividades después de clase: gimnasia, danza, guitarra e idiomas, y teatro, patín, fútbol o acrobacia los fines de semana.

Las causas de esta agenda completa a tan temprana edad son múltiples: que estén más capacitados para el futuro, alejarlos de la computadora, mantenerlos ocupados mientras los padres no están, y el temor de los adultos a que los chicos se aburran. 

Mirta Goldberg, licenciada en Educación, se pregunta: “¿Qué les pasa a los padres con el tiempo libre de los chicos? Hay un exceso de actividades dirigidas, lo que revela poca confianza en los chicos, en que puedan gestar sus propias ideas, deseos, necesidades y elegir”. Para que esto pase, es necesario “darles lugar ” y uno de los momentos más propicios para que se genere este espacio es, justamente, cuando los chicos se aburren.

“El aburrimiento del niño, lejos de significar algo malo, genera que él mismo piense qué hacer. La gran oferta de talleres y el deseo de los padres de mantenerlos ocupados derivó en que los chicos ya no se imaginen la posibilidad de inventar un juego”, dice Adriana Granica, psicoanalista y abogada de niños, de la Comisión de Derechos del Niño de la Asociación de Abogados de Buenos Aires.

Esta tendencia a sobrecargar de tareas a los niños, que según los especialistas se profundizó en los sectores sociales medios y altos en las últimas décadas, le robó lugar al juego creativo, una pieza también fundamental para la educación. “Si bien un taller puede ser atractivo, recreativo, contar con una oferta bien pensada –aclara Goldberg–, no deja de tener un horario, un traslado, una organización”.

El exceso de actividades dirigidas, aseguran los expertos, conspira contra aquello que el tiempo libre, el ocio y el aburrimiento despiertan en las primeras etapas de la infancia: “Esto supone –agrega Goldberg– un abandono del juego con la riqueza que trae en tanto expresión de sentimientos, emociones, preocupaciones, así como la puesta en escena de la inventiva, la creatividad y la socialización”.

Ricardo Berridi, médico pediatra y secretario científico de la Sociedad Argentina de Pediatría, coincide: “El juego es una parte muy importante del desarrollo del niño. A través de éste se reproducen acciones de la vida real que le permiten al chico construir su mundo”, explica.

Agotamiento físico, problemas de aprendizaje, malhumor, enfermedades de la piel, estrés, son algunos de los síntomas que se hacen visibles en la escuela cuando un niño está sobreexigido. Alberto Peña, director del Colegio Integral Caballito, manifiesta: “Los chicos, como se suele decir, son una esponja, pero esto no significa que sea bueno que se les haga absorber tanto. Algunos se adaptan a la agenda completa, otros se sobreadaptan y después están los que no lo logran. Y cuando estos últimos no llegan a cumplir las expectativas de los padres, se ven las consecuencias en la escuela”.

Ocho horas para estudiar, ocho para dormir y ocho para jugar es lo que recomienda Berridi: “No me parece mal la doble jornada escolar, sino que cuando salgan del colegio aún tengan cosas para hacer. Es recomendable que practiquen un deporte a partir del cual puedan aprender de convivencia, pero para la primera etapa de la primaria no habría que sumar más”.

En la mayoría de los casos el síntoma físico o psicológico no aparece –o bien, queda enmascarado–, lo que no significa que esta vorágine de actividades no traiga consecuencias. “Es muy común que los padres los anoten en actividades de moda o a las cuales van sus amiguitos, con lo que los niños van rotando de un taller a otro, pero no se comprometen a fondo con ninguno ”, sostiene Goldberg. “Esto no permite que se encuentren con su verdadero deseo e incluso con su vocación”, completa Granica.

En el mismo sentido, Alberto Peña comenta: “Los padres muchas veces tienen el concepto de que los chicos deben entretenerse a toda hora, incluso se lo piden a los docentes. Es decir que el niño no puede tener momentos displacenteros. Con estas actividades para no aburrirse, los chicos van ‘cumpliendo’ la agenda de los padres, pero no aparece el deseo del niño y no se da lugar para que aparezca”.

Aburrirse, entonces, no es tan grave: lo que para algunos padres parece una pérdida de tiempo, para los especialistas es una oportunidad para que el chico despierte su creatividad, solo o con otros. La sobrecarga de actividades –dicen– coincide con una época en la que “el consumo reemplaza a la ausencia ”: “Hay una preocupación, que se traslada a la escuela –concluye Goldberg–, respecto de esta tendencia a evadir el encuentro, el contacto, el compartir experiencias por parte de los padres: esto va más allá de la falta de tiempo”.

www.clarin.com  26/09/13