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El asesoramiento se brinda a familias y/o a grupos o instituciones...

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Tenemos la gran oportunidad de cambiar la educación criando niños felices aprendiendo con alegría, entusiasmo y amor.

Mientras los límites entre disciplinas se borran, encontrar una voz propia se vuelve requisito para hacerse un lugar en el mundo del arte

Diapositivas, libros con imágenes en blanco y negro, profesores que obligaban a cambiar el trazo o el color. Ésas eran las opciones que había hasta hace pocas décadas para formarse como artista en la Argentina. Con el cambio de siglo no sólo se multiplicó la oferta académica y se incrementó la presión por convertirse en un profesional; también se expandió la educación no formal y las nuevas tecnologías reemplazaron aquellos viajes iniciáticos del siglo pasado a Europa.
Ante tantos avances, en un mundo en el que los límites entre las disciplinas se diluyen cada vez más y en el que los más creativos saltan constantemente sobre esos bordes, hay preguntas que suenan cada vez más fuerte. ¿Se puede enseñar a alguien a ser artista? ¿Qué habría que enseñarles a quienes tengan esa vocación?

"A pensar, a criticar, a aprender de los errores", responden algunos de los expertos consultados por la nacion para analizar la educación del arte en el siglo XXI, en un intento por redefinir un panorama en crisis que cuestiona incluso los conceptos de "enseñar" y "aprender". Porque desde que Marcel Duchamp convirtió un mingitorio en una fuente y cambió para siempre la historia, ya no alcanza con impartir las técnicas del dibujo, la pintura o la escultura.

Seis décadas después de que el Grupo de París importara en 1930 la experiencia de trabajar con el maestro y los modelos vivos en el taller, otro de los grandes cambios en la enseñanza en la Argentina llegó con la prestigiosa beca impulsada por Guillermo Kuitca, un artista que alcanzó muy pronto reconocimiento internacional. Este formato de "clínica" o de análisis de obra, más íntimo y horizontal que el que propone la academia, fue el que más éxito tuvo hasta el momento: el aprendiz produce, presenta su trabajo y recibe la devolución del grupo y del maestro.

Si bien las clínicas se expandieron por todo el país, existe el riesgo, observan algunos de los entrevistados, de que se conviertan en lugares de contención y legitimación, donde se busca agregar un dato obligado en el currículum sin la audacia necesaria para explorar nuevos caminos.

¿Profesionalizar o fomentar la libertad de rebelarse? ¿Enseñar técnicas o favorecer el desarrollo de la intuición y la crítica? ¿Dar respuestas o hacer preguntas? Ésos son algunos de los temas que abordan los artistas docentes consultados, con décadas de experiencia en distintas áreas. Desde la práctica en el taller hasta la teoría en las aulas, Gabriel Valansi, Eduardo Stupía, Graciela Taquini, Andrea Giunta, Diana Wechsler y Ester Nazarian señalan distintos tipos de desafíos y abren el debate para repensar los cambiantes tiempos que corren.

Todos parecen coincidir en que mientras las definiciones de "buen o mal arte" desaparecen, es necesario recrear la educación artística. Más que incorporar técnicas y medirse por parámetros externos, según ellos, es necesario concentrarse en dar forma a las propias ideas. Los maestros, en este contexto, también deben redefinir su rol: ya no son los que "bajan línea" o transmiten habilidades manuales o técnicas específicas, sino los que ayudan a encontrar ese lenguaje personal, a plantear las preguntas correctas, a preservar la voz de la intuición. Los que instan a pensar y criticar, en lugar de dar recetas mágicas.

"Hay que dar puntadas abiertas"

Graciela Taquini (artista, curadora y docente desde 1971 en la UBA, La Plata, Tres de Febrero y Maimónides)

¿Se puede enseñar a alguien a ser artista? No lo creo. Se pueden enseñar elementos del arte que formen a una persona que tiene una vocación y algunos dones. Es posible enseñar técnicas, planificación, procesos; transmitir historia de la cultura, sociología, historia, filosofía... Sobre todo en el campo en el que estoy yo, el de las artes tecnológicas, se puede ser genial y habilidoso pero tener baches conceptuales.

Desde que me recibí, en 1971, la oferta de formación, las posibilidades de intercambio y la riqueza de información han crecido muchísimo. Cuando empecé a estudiar Historia del Arte, recién salían los fascículos en colores. Mi generación se formó sólidamente a través de las diapositivas. La evolución de la tecnología permitió inmediatez y ahora la enseñanza puede ser súper dinámica, pero necesitás que el alumno se siente y lea algo que justifique su creación. Lo importante es tener una base cultural y es bueno que eso se dé de manera formal, para que los alumnos estén en contacto con sus pares. Muy buenos artistas salen de la Universidad Nacional de las Artes (ex IUNA), un lugar tan criticado. ¿Cómo pueden florecer en ese lugar? Porque ahí hay un caldo de cultivo. Lo absurdo de la educación artística universitaria es que se tarda siete años para recibirse, o más. En forma paralela ha crecido la necesidad de encuentro en talleres, clínicas y residencias.

Uno de los síntomas del arte contemporáneo es la hibridación de proyectos, la formación de equipos multidisciplinarios. El eje no está tanto en la resolución de técnicas; el artista tiene debe desarrollar ideas, conceptos. Tiene que entender que a veces es tan importante el camino como el producto.

En el siglo XXI, los desafíos de la enseñanza del arte son encontrar un equilibrio entre la formación visual, conceptual y práctica, y la necesidad de insertar al alumno en el mundo en que vive y en la cultura que lo forma, con una visión crítica. Que esté comprometido con su entorno y a su vez conectado con el mundo. En ese sentido, hoy hay muchas más oportunidades.

Lo más importante que debe aprender es a pensar, a criticar, a no conformarse con lo que le dan, a expandir la conciencia, a tener humildad, a no copiar, a transpirar, a leer. A confiar en que las cosas le van a llegar por los caminos menos pensados. A veces hay que dar puntadas abiertas, sin nudo.

"Devolver las preguntas adecuadas"

Gabriel Valansi (artista visual; además de ser profesor en la UBA, dictó clínicas y seminarios)

En el contexto del siglo XXI, del avance de las nuevas tecnologías, de la profusión de la manifestación artística y de la superposición de propuestas, la educación en arte también tiene que reformularse. Mi sensación es que para crecer como artista a veces, más que educarse, es mejor alejarse de algún tipo de educación. Hay artistas que han involucionado educándose. Los artistas pugnan por formarse, asistir a clínicas y escuchar alguna devolución calificada sobre sus trabajos. Pero en un punto el arte -parafraseando a mi amigo Fabio Kacero- está más cerca del no saber que del saber, de la incertidumbre que de la certeza. Del propio darse cuenta del error y del intento de reconocerlo y repararlo, y aprender de esa experiencia, por más dolorosa que sea. En algunas artes marciales japonesas, lo primero que se aprende es a caer. No evitar la caída, sino asumirla y tomarla como una instancia del combate. Creo que, en arte, saber equivocarse es clave.

¿Cuál debería ser el rol del docente? ¿Mejorar la calidad de lo que alguien hace o llevarlo a transitar la cornisa de la incertidumbre? Las residencias y las clínicas funcionan como lugares de contención afectiva que tienden a generar una situación de comodidad y de bienestar. Esto puede diluir más que reforzar la tan necesaria distancia crítica. Un verdadero profesor no es el que da una receta, sino el que devuelve las preguntas adecuadas.

"Otra manera de enseñar y de aprender"

Eduardo Stupía (artista visual; se dedica a la docencia desde la década de 1980 en la UTDT, PAC y Aamnba)

El terreno de las artes visuales hoy es muy inclusivo. El campo de aceptación es amplísimo, y abarca manifestaciones que hace diez o quince años hubieran quedado afuera. Se puso en crisis la idea de saber, que ha sido reemplazada por la de hacer, y también el rol docente. Incluso decir "alumno" me parece anacrónico. La persona que viene a un taller ya tiene elementos bastante cristalizados y afirmados. No viene a aprender, viene a hacer. Hay muchísima demanda de entrenarse, de impregnarse de una nueva capacidad; no necesariamente a partir de un "no saber" sino de mejorar el hacer.

Hay una nueva manera de aprender y una nueva manera de enseñar. Que quizá no se llame ni enseñar ni aprender. Yo lo llamaría acción y entrenamiento. Un tema muy importante es el pensamiento, porque el pensamiento también se entrena. Uno puede tratar de enseñar a conceptualizar. Hoy, pensar, hablar y escribir son tan importantes como el hacer.

Otra parte del panorama es que en la Argentina la enseñanza artística oficial está muy colapsada. El rol que tenía Bellas Artes en la década del 50, 60 y 70 ha desaparecido. Queda un resabio muy honorable en la Belgrano, donde todavía hay gente que va a aprender, pero en realidad hay un gran agujero negro que no pudo suplir la UNA (ex IUNA) ni ninguna otra institución. No logran suplir una gran carencia que es la que se revela por la enormísima profusión de oferta de alternativas de la educación no formal, que en general son clínicas o talleres de artistas.

Tampoco estoy muy convencido de la eficacia de las clínicas, porque imponen la idea de que ya hay un discurso y un lenguaje acabados. A veces están demasiado pensadas en la construcción del producto más que en la elaboración del lenguaje. Son como la salida laboral; responden a una necesidad de tener éxito y de estar en el escenario público rápidamente. Se ha quebrado la temporalidad acompasada en la enseñanza; ahora la gente está muy apurada y nadie aguanta una formación de dos o tres años.

Me parece que el desafío es no deplorar el signo de los tiempos y tampoco acompañarlo de una manera acrítica y pasiva. No hay que poner una bomba para arrasar el terreno y hacer uno nuevo. Trabajemos con el material que hay y tratemos de inyectarle una categoría que recupere un estatuto crítico un poco más agudo. No seamos tan complacientes. Y yo lo digo siéndolo.

"Cambió la relación del alumno con el docente"

Ester Nazarian (docente y artista; se dedica a la docencia desde 1985, en la UNA, UBA, Prilidiano Pueyrredón e Instituto Manuel Belgrano)

Voy a cumplir 30 años como docente, y sólo trabajé tres en un instituto privado. Estoy a favor de la enseñanza pública y gratuita, y creo en la libertad de cátedra. El desafío para la enseñanza en el siglo XXI es que siga siendo pública, y que las instituciones estén dirigidas por gente más joven.

Uno no puede "hacer" artistas. El artista se hace a sí mismo, se crea solo. Estudia, profundiza y se larga. Sí podés marcarle algún camino en libertad y hacer que piense en pintura. Pintar es pensamiento. En todas las disciplinas estamos acostumbrados a que dos más dos es cuatro. En arte no es así. La respuesta es múltiple: el dos más dos nos puede dar cinco, siete u ocho. Eso es lo lindo de esto.

Siempre me cargan porque cuando me preguntan cómo está algo, respondo con un "ni": ni bien, ni mal. El "ni" tiene peso en esto, porque no das algo como cerrado y le dejás al alumno una abertura para que no acepte que esto es así, sino que compruebe si lo que yo digo es así. Una obra está cerrada cuando el otro la cierra. Yo no le puedo decir: "Esto está cerrado". Los dos somos humanos; la diferencia es que yo tengo años de experiencia.

En estas tres décadas, el cambio más significativo en la enseñanza de arte fue la relación del alumno con el docente. Antes, la figura del docente no se cuestionaba para nada. En los años 60 había un profesor en la Pueyrredón que pasaba por los caballetes, vestido de traje, y me decía mientras se limaba las uñas: "Nazarian, ahí no, corra un poquitito el verde para acá". Ahora el alumno te cuestiona más, conoce un poquito de todo. Te suma, tenés que estar actualizado, más abierto a lo que trae. Hay que incluir áreas que antes no existían, como las nuevas tecnologías.

Los sistemas educativos no deben dar sólo información. Deben conectar con el presente y el pasado, con lo que está sucediendo. Pero uno no se puede quedar en eso. Cuando salís, tenés que seguir trabajando y aprendiendo. Si yo no me aggiorno, no escucho, no leo, no expongo, no puedo enseñar.

En mi caso, enseñar pintura no sólo pasa por trabajar con acrílico o con óleo, sino también con otras manifestaciones. Por ejemplo, abordar el tema del punto y la línea a través de una clase de danza, como hicimos en la UBA con Iris Scaccheri. La enseñanza es cada vez más interdisciplinaria.

"¿Qué es enseñar arte?"

Jorge Macchi (artista visual; se dedica a la docencia desde 1999, en la UTDT, Centro Cultural Rojas, CIA, entre otros)

No me gusta la palabra "clínica". Pareciera ser que a la clínica viene alguien enfermo para curarse. Pero me parece que el formato es muy válido; no encuentro otra manera de enseñar arte. No soy profesor, sino coordinador. Lo que hago es escuchar, armar una discusión, hacer preguntas, abrir el campo para que otros hagan preguntas, sacar conclusiones y tirar líneas para el futuro. Nunca considero que tengo el poder de decir: "Hacé esto o lo otro". No hay bajada de línea. En otra época te decían directamente: "Sacá esta pincelada; poné esta". O cosas más agresivas.

Por otro lado, ¿qué es enseñar arte? Lo difícil de enseñar arte es que no hay programa, o que el programa varía permanentemente. Yo no podría darle a un artista las herramientas para que haga una obra "buena". Hoy es muy difícil decir qué es "buen arte" y qué es "mal arte"; hay muchos parámetros que no existen más. Una obra de arte es fuerte, es potente, en la medida en que responde a un esquema que el propio artista creó. No hay parámetros externos, sino internos. Mi intención es que que cada uno encuentre una coherencia interna.

El profesionalismo pasa por crearse un programa y responder a ese programa propio. Y también por ser capaz de romperlo y crear otro, aunque el mercado no acompañe. No porque el mercado lo avale un artista es profesional.

"La profesionalización tiene pros y contras"

Diana Wechsler (historiadora del arte, curadora e investigadora en la Untref)

Cuando me pidieron que diseñara un posgrado en curaduría para la Untref, que se lanzó en 2010, a la hora de seleccionar contenidos pensé: la idea es formar intelectuales críticos. Dar herramientas para una lectura crítica de la contemporaneidad, formar gente que sea capaz de pensar y de construir pensamiento. En términos de enseñanza universitaria, en los últimos diez años hubo un crecimiento de los posgrados de todo tipo. Se amplió la oferta, pero también se convirtió en una exigencia. Cuando yo me doctoré en la UBA, tenía 32 años y los demás eran muy grandes. En ese momento el doctorado se entendía como punto de culminación de carrera. Hoy la gente se doctora bastante joven, y es un requisito casi indispensable para entrar en carrera.

Creo que esa profesionalización tiene sus pros y sus contras. Por un lado, me parece que el estímulo a la investigación, a la formación de especialistas es muy valioso y necesario; por otro, también hay una especie de libro de bitácora que hay que seguir. Y el que no lo sigue se queda afuera. No me parece que esta "maquinización" del sistema académico sea del todo beneficiosa para la producción. Y no sólo en historia del arte o en curaduría; pasa también con los artistas. Se tiende a generar una dinámica productivista y a abandonar cierto espíritu más intrépido, de búsqueda.

Creo que el concepto más fuerte de lo que es para mí hoy la educación es esta especie de nodo en el que todo se cruza. Espacios donde cada pieza tiene un lugar; pero no son lugares definitivos, sino que están en movimiento permanente. Me parece que eso es lo más rico. Y también el desafío de escuchar, de tener la sensibilidad de ver al otro en su demanda.

"El desafío es llegar al mundo real"

Andrea Giunta (historiadora del arte, curadora y docente desde 1986 en la UBA, Unsam, UTDT y Texas)

La carrera Historia del Arte de la Universidad de Buenos Aires, fundada por Julio E. Payró a comienzos de los años 60, aún no tiene equivalente en otros países latinoamericanos. Yo integro la cátedra Historia del Arte Latinoamericano desde el momento en que se formó; probablemente sea la más antigua de todo el continente y quizás del mundo.

En estos años la carrera se complejizó. Se incluyó formación teórica, se sumaron materias y se agregó el estudio del arte contemporáneo. Para un historiador del arte hoy hay más salida laboral. Hay instituciones en las cuales realizar curaduría independiente e incluso los museos latinoamericanos están haciendo búsquedas internacionales para contratar curadores. La cultura erudita vinculada al mundo del arte se ha abierto a otros públicos, a veces de manera espectacular.

Sin embargo, nadie estudia arte porque hay un lugar de trabajo esperándolo seguro. Hay una cuota de utopía, de ilusión, de emoción, de pulsión, de deseo, de creatividad. Por otra parte, todavía la universidad no te enseña a pensarte profesionalmente; sigue existiendo la idea de que estudiás Historia del Arte porque te gusta, casi como un hobby.

Uno de los desafíos de la materia que enseño es conectar a los estudiantes con el mundo real y profesional tanto como pueda. Trato de traer a artistas, curadores o historiadores a la clase, o bien hacer acuerdos con instituciones para proponerles una actividad en el mundo real. Enseño problemas, a pensar complejidades a partir del arte contemporáneo. Creo que el arte condensa temas importantes para comprender la sociedad; es una de las zonas desde las que el mundo se puede transformar.

Celina Chatruc

www.lanacion.com.ar   03/01/16

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