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Niños y jóvenes componen un entramado urbano a específicas horas del día. Ida y vuelta del hogar a la escuela van tejiendo una relación en la que cada niño y su contexto aportan una hebra de color, textura y tensión peculiares. Hogar y escuela, dos microsistemas relacionados para el desarrollo del menor que los vincula. Padres, docentes y un niño como centro de dos sistemas formadores de identidad. Una pedagogía efectiva requiere que padres y docentes sean referentes nutritivos y socios activos en la vida de ese hijo-alumno.

Escolarizar a los hijos no significa para los padres abandonar derechos y deberes irrenunciables, sino delegar ciertos aspectos de su formación en la escuela. El principio de subsidiariedad sostiene la delegación, al reconocer la primacía de los padres en la educación de sus hijos y la colaboración de otros idóneos para su formación integral. La delegación preserva los derechos de padres y docentes: precisa sus respectivos deberes y encuadra su responsabilidad.

Los padres no son una audiencia externa a la escuela; no integran su equipo directivo, docente o psicopedagógico; no definen el ideario o proyecto educativo; no gestionan su gobierno ni definen el programa, las normas de convivencia o los criterios evaluativos. Pero sí están llamados a colaborar en el logro del proyecto institucional, establecido con anterioridad a su ingreso a la escuela y al cual adhieren. Sucede con frecuencia que la escuela se relaciona con los padres ante las dificultades que los estudiantes puedan manifestar en lo cognitivo, social, emocional o conductual. Ante tales señalamientos negativos los padres suelen asumir una postura defensivo-crítica al sentirse acusados, desvalorizados e inculpados.

Así dispuestos generan una percepción negativa del centro educativo, no logran asumirlo como su asistente principal en la educación de sus hijos y tienden a la descalificación del profesorado. La desvalorización mutua y la atribución cruzada de culpas los desautoriza ante la mirada del niño. Familias y escuela entonces se incomunican y desencuentran. El resultado nos da padres desvinculados, profesores indiferentes y menores acéfalos de referentes significativos. El hijo-alumno transita ambos mundos y necesita que éstos se relacionen, pero sin ser él obviado, asfixiado o tironeado entre ellos.

Orfandad formativa es una dura expresión que el pensador Sinay acuña para definir la realidad de los adultos en relación con los menores. Sinónimo de desamparo emocional, afectivo, ético y normativo de nuestros jóvenes. Expresión de eso es la progresiva erosión de la línea divisoria entre adultos y niños, y el resquebrajamiento del necesario acuerdo entre padres y docentes. Así se hipoteca la construcción de la identidad individual y social del niño, se dificulta el desarrollo de habilidades y se retrasa el alcance de su autonomía y emancipación.

Entramar a familias y escuela es una asignatura pendiente. La escuela es hoy la que puede instalar una nueva cultura donde la apertura al diálogo, la claridad en la comunicación, la coherencia y cohesión de la comunidad que educa y el respeto mutuo por la delegación de los padres en la escuela sean la base que sustente su pedagogía. La primera condición para que la entrega de padres a docentes pueda realizarse con éxito educativo es la recuperación de la mutua confianza hoy desgastada. Sin ella, es impracticable la delegación y materialmente imposible la educación, en la expresión del catedrático Altarejos.

La relación entre familia y escuela es un tejido artesanal que requiere tiempo y atención. La escuela es la que hoy puede liderar esa interrlación aportando el telar aglutinador. Puede recuperar y fortalecer el compromiso con su función específica y asumir con coraje espiritual la tarea de sostén, orientación y acompañamiento a sus familias. En una sociedad cada día más huérfana de trascendencia y liderazgo moral, construir y vivenciar una pedagogía del encuentro escuela-familias es señal de esperanza.

Esa tejeduría compartida es la respuesta que la educación puede dar a los avatares de esta época.

María Gracia Giribone
La autora es docente y directora de nivel primario

www.lanacion.com.ar 13/11/10