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Hoy se advierte una delegación de la educación en la escuela, institución portadora de la responsabilidad de formar en los aspectos que abarcan aprender, pensar, hacer y valorar, pero que no reemplaza el papel de los padres. El aumento de problemas de aprendizaje, la falta de hábitos en los niños, más los síntomas de adicciones, desórdenes en el comer y dormir de los adolescentes, indican marcos familiares con dificultades o escasa capacidad para la crianza.

No caben dudas de que la crisis social tiene una raíz moral y cultural, de otro modo no podría comprenderse la falta de ejemplaridad que denotan las clases dirigentes, el atropello de las leyes y reglas sociales y la violencia creciente. Su transformación depende de una decisión colectiva, pero la oportunidad de su puesta en marcha se encuentra en la educación de las nuevas generaciones, que formen las familias y la escuela alentadas por políticas de Estado.

Mientras los padres exigen cada vez más a las instituciones educativas, es hora de que éstas indiquen lo que necesitan de las familias para hacer más eficaz la educación, al menos en aquellos sectores de la sociedad que gozan de los medios necesarios para responder a esta demanda. Las familias deben hacerse cargo de la necesidad de poner límites; acompañar el proceso de autoconocimiento y personalización que evite la masificación; alentar la expresión de los afectos, contenerlos y orientarlos; resolver los conflictos y los problemas mediante el diálogo; ofrecer alternativas de juego y ocio, y estimar la vida en la naturaleza.

También es importante inculcarles revalorizar el esfuerzo como medio necesario y legítimo para el logro de metas. Además, hay que reconocer a quienes se esfuerzan y son honestos; promover un uso responsable de los recursos naturales y los espacios públicos, y respetar las reglas de convivencia, así como la intimidad de la gente. Evitar excesos frente al televisor, Internet y juegos electrónicos requiere reciprocidad entre las familias y la escuela.

Vivimos una transición cultural en la que las relaciones interpersonales y los valores que las sostienen se transforman, pero apostamos a recrear una sociedad sustentada en el bien común, capaz de generar desarrollo desde el empeño y la creatividad. En todo caso, elegimos vivir buscando la propia felicidad y la de quienes más queremos.

Por Laura Moreno

La autora es directora del Instituto Pedro Poveda

www.lanacion.com.ar 22/05/04