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Por Miguel Espeche

La incorporación a los colegios de chicos provenientes de familias con parejas parentales homosexuales ahora tiene un marco legal que obliga a profundizar en ciertos aspectos de la cotidianidad de las instituciones educativas. La educación siempre debió tener en cuenta la singularidad de cada chico, no dar por sentado nada en lo que a estilo familiar respecta, para respetar el núcleo de amor que cobija a esos chicos, independientemente de la forma que este núcleo tenga. La familia muta en sus formas, pero los chicos no mutan en lo que hace a la necesidad de respeto y amor que requieren. El hecho educativo es inclusivo, es una manera de obrar desde el amor social. Será difícil, sobre todo, al pensar en la convivencia de las familias de "nuevo formato" con las que, por diversos motivos, no acuerdan con la naturalización de situaciones que surgen del matrimonio homosexual.

Se deberá profundizar en posturas que habiliten a la convivencia de criterios contrapuestos. Un abordaje válido al respecto es el que focaliza en el hecho de que ningún chico debe sentir indigna su situación vital, o sentir en riesgo los valores de su familia por causa de que existan otro tipo de valores en la misma comunidad.

No es fácil predecir cómo podría llegar a ser la reacción por parte de las diferentes comunidades ante la posibilidad de incorporar parejas homosexuales en su paisaje cotidiano. Sí es esperable que no sea un camino siempre fácil. Por eso es tan importante que cada chico viva la certeza de que la escuela funciona como lugar de resguardo de la singularidad de cada uno, no un espacio de homogenización automática y forzada de las experiencias vitales.

Las polémicas, los desacuerdos, las teorías, los juicios negativos, se diluyen ante las personas de verdad, esas que forman parte de la vida comunitaria. Cuando un chico entra a la escuela tiene nombre y tiene también padres a quienes siente como sostén y fuente de vida. Por esa razón, sin dudas, aceptar esa realidad es una oportunidad para ampliar y ahondar en los valores vitales, esos que son el corazón mismo de toda sociedad viable porque, sin ellos, no hay ni educación ni comunidad posible.

www.lanacion.com.ar  11/05/13