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Ya se usa en 188 países; no tiene costo; la creó la investigadora Marina Umaschi-Bers

Marina Umaschi-Bers habla y se ríe con el mismo entusiasmo contagioso que, se nota, le imprime a su trabajo científico en la Universidad Tufts, de Boston, Estados Unidos.

Madre de tres hijos de 15, 13 y 11 años, y apasionada por estudiar la interacción hombre-máquina y el desarrollo infantil, pasó esta semana por Buenos Aires para presentar su última creación: una aplicación para que chicos que no saben leer ni escribir puedan aprender a programar computadoras.

"La idea es desarrollar el pensamiento algorítmico o computacional, basado en la secuencia -explica-. Es importante empezar en jardín; cuanto antes, mejor. Al ordenarle a la computadora lo que tiene que hacer moviendo bloquecitos en un entorno gráfico, aprenden que cuando el programa no funciona se puede arreglar, pueden resolver el problema de manera creativa y volver a intentar. Es la nueva alfabetización, con competencias fundamentales para el siglo XXI, porque cuando uno programa también está pensando sobre su propio pensamiento."

En 1994, después de cursar Ciencias de la Comunicación en la UBA, Umaschi-Bers dejó su hogar en La Plata para estudiar en los Estados Unidos con Seymour Papert, Sherry Turkle y otras célebres figuras que estaban comenzando a analizar las relaciones de los chicos con las nuevas tecnologías.

"En esa época, trabajaba en la revista Uno Mismo y me tocó entrevistar a Seymour Papert [creador del programa Logo]. Su trabajo me apasionaba, y después de conocerlo pensé: «Yo no quiero escribir sobre lo que él hace; quiero hacer esto mismo». Entonces, le pregunté cómo podía ir a estudiar con él."

Se presentó para un doctorado en el MIT y, aunque la primera vez no tuvo suerte, tras hacer un master en tiempo récord en la Universidad de Boston, le ofrecieron una beca completa.

"Cuando llegué, llamé a Papert y le dije: «Estoy en Boston» -recuerda, divertida-. Entonces me invitó a tomar una clase de oyente. Cuando llegué a la oficina, me dijo que lo acompañara al supermercado. No le entendía porque tenía un fuerte acento sudafricano. Me preguntaba qué me parecían los tomates y yo, que en la Argentina vivía con mis padres, ¡nunca había comprado un tomate!"

Investigadora laureada

Papert no sólo la aceptó como doctoranda, sino que la adoptó como discípula. Tras graduarse en el MIT, Umaschi-Bers se volcó a investigar cómo los entornos virtuales pueden promover el desarrollo en chicos hospitalizados, creó un lenguaje para que programaran un robot de peluche y desarrolló un mundo virtual llamado Zora, en el que muchos pequeños se podían conectar para crear una ciudad virtual.

Diez años más tarde recibiría el más alto honor otorgado por el gobierno norteamericano a científicos e ingenieros sobresalientes al comienzo de sus carreras: el 2005 Presidential Early Career Award for Scientists and Engineers, distinción destinada a un selecto grupo de doce jóvenes investigadores.

Había trabajado con el lenguaje LOGO, y luego con el Scratch, creado por Mitchel Resnik para chicos de ocho a doce años, y que incluso se usa en muchas universidades.

"Lo usaban millones de chicos, pero cuando los míos eran chiquitos no podían -cuenta la científica-. Se me ocurrió adaptarlo para los que todavía no saben leer y escribir."

Así nació ScratchJr, un lenguaje de programación introductorio que les permite a los más chicos crear sus propias historias interactivas y juegos uniendo bloques gráficos de programación para hacer que los personajes se muevan, salten, bailen y canten. Ellos pueden modificar los personajes, añadir sus propias voces y sonidos, e incluso insertar sus propias fotos, y más tarde utilizar los bloques para darles instrucciones.

Tardó cuatro años en desarrollarlo, lo lanzó en 2014 y hoy ya se usa en 188 países. Chicos que hablan en cientos de lenguas bajaron la versión en inglés, pero ya está disponible en español.

Recientemente, Marina recibió un llamado de Singapur: el gobierno quiere utilizarlo en todos los jardines de infantes y viajó al país asiático para entrenar a más de 600 docentes.

"La mejor manera de trabajar con ScrachJr es integrándolo al currículum -subraya la investigadora-. Así, el chico se convierte en productor y no en consumidor de la tecnología."

Kibo, el robot

El mismo día en que recibió un importante subsidio para desarrollar ScratchJr, Marina Umaschi-Bers también recibió otro para diseñar un robot. "Es la misma idea de la app, pero en un entorno tridimensional -cuenta-. Kibo está pensado para que chicos de cuatro a siete años no usen la pantalla, que se muevan, que creen figuras con distintos materiales... Se programa con bloques de madera, de los cuales cada uno representa una acción. El robot tiene un scanner que las registra y después hace lo que los chicos le indican."

El interés que suscitó en las primeras demostraciones fue tan grande que la científica recibió otro importante subsidio de innovación para armar una empresa que lo fabrique en serie. "¡Se nos fue de las manos!", exclama.

Nora Bär

www.lanacion.com.ar 06/05/16