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Uno de los grandes obstáculos en la enseñanza de la informática está en que subestimamos la dimensión del campo que abarca esta trillada palabra. Casi cualquier profesor lo admitirá: la enseñanza de esta disciplina debería ser transversal y el problema es que esta transversalidad es tan honda que provoca vértigo.

¿Qué es informática? ¿El viejo y nunca bien ponderado Logo? ¿Es Word o Excel o ambos? ¿Y PowerPoint? Un momento, ¿y qué hacemos con Internet? ¿Y el correo electrónico? ¿Servirá enseñarles Facebook o, como suele ocurrir, los primeros graduados saldrán al mundo cuando Facebook ya sea historia? ¿Y la seguridad informática? No hemos mencionado los celulares, smartphones y tablets. Y hay más.

 

No sólo la informática engloba un vastísimo, casi inabarcable campo de conocimientos, sino que, además, estos saberes se vuelven obsoletos antes de que la tinta se seque en los manuales. Además, el mejor salario docente no alcanzaría para que el educador pudiera vivir en primera persona y de forma cotidiana la experiencia digital.

El que los chicos reprueben informática suena, además, a contradicción. ¿No era que ellos sabían más de esto que nosotros? No exactamente. Tienen, sí, un enfoque diferente. Son pragmáticos. Observan el nuevo celular y rápidamente identifican las funciones relevantes (relevantes para ellos). Cercenan el nudo gordiano de la transversalidad con la astucia de Alejandro Magno. Entre tanto, nosotros vamos por la página 3 del manual. Los chicos quieren usar; nosotros pretendemos aprender antes de usar.

Quizá debamos buscar un terreno común. Busquemos, pues, aquello que ha sido común a todos los dispositivos informáticos desde que, en 1946, se puso en marcha la más célebre de las primeras computadoras, Eniac.

¿Qué es lo que, en esta exhalación por el progreso, no ha variado? Una sola cosa: que todas las computadoras, desde los colosales centros de cómputo de la década del 70 hasta el smartphone que llevamos en el bolsillo, más poderoso que aquellos, son máquinas programables. Las primeras máquinas programables de la historia de la civilización.

Tal vez una vía de solución esté, como ensayaron los pioneros de la educación informática en la Argentina, en enseñarles a los chicos no ya cómo manejar éste o aquel programa, sino en cómo programar la máquina. Enseñarles a hablar con las computadoras. Enseñarles a programar. No tratamos aquí con el martillo o la pluma, sino con una herramienta que puede ser infinitas herramientas.

Por Ariel Torres 

www.lanacion.com.ar  27/11/12