Asesoramiento y acompañamiento en la crianza y educación de los hijos.
Se brinda asesoramiento a los padres basadas en la crianza con apego y en la disciplina positiva.
Se asesora sobre los primeros aprendizajes otorgando una serie de pautas e informaciones respecto a los aspectos evolutivos, madurativos, sociales y espirituales que favorezcan el vínculo familiar y el desarrollo integral de los hijos.
Abordaje psicopedagógico integral del niño y su familia.
Se acompaña al niño desde el sufrimiento por sus dificultades de aprendizaje y se aborda la situación desde un enfoque holístico que tiene en cuenta su ser, su sentir y su hacer. Se trabaja desde el afecto y el vínculo con la familia y su vivencia en su trayectoria escolar.
La metodología de trabajo consiste en entrevistas con el niño, la familia y el niño junto a su familia.
Asesoramiento,formación e información sobre pedagogías alternativas.
Se brinda asesoramiento, información y formación acerca de las pedagogías alternativas.
Se brinda orientación y acompañamiento respecto a actividades que respeten el interés y el propio ritmo de aprendizaje de los niños basadas en las distintas propuestas que ofrecen las pedagogías alternativas.
El asesoramiento se brinda a familias y/o a grupos o instituciones...
Los niños que viven en estos contextos suelen tener problemas de salud, pocos espacios de juego y altos grados de deserción escolar
Es media mañana de un martes y Elba Díaz, de 66 años, madre de 13 hijos, también abuela y bisabuela, sale a ver quién golpea las manos. Enseguida se asoma detrás de la cortina de tela Zaida Acuña, una de las nueras que comparte con ella esta casa de tres piezas en la villa 21-24 y Zavaleta de Barracas, el hogar de 21 personas, nueve de ellos niños.
Otra de sus nueras, Mónica Catán, espía desde el techo, levanta la mano y avisa: ¡"Ya voy!" Allí arriba está su casa, la pieza en la que vive con su marido y tres de sus cuatro hijos. Tomás y Mauro, los mellizos de 4 años, los dos más chicos de la familia, bajan con ella. Ninguna señal de miedo al descolgarse, ágiles, por una escalera de palos torcidos y flacos. La madre saluda; los chicos se van directo a descubrir qué bicho es ese que está ahí muerto en medio del patio. "Dejen eso. Es un ratón. Lo debe haber agarrado algún gato anoche y lo dejó así. Ya lo barremos", dice Elba, un poco la madre de todos.
Los niños siguen dándole vueltas a esa mancha de sangre y pelos que quedará ahí, al menos durante las horas compartidas con esa gran familia. A pocos pasos, su primo Nahuel, de 6, está en la suya, sentado en posición de indio en la cama grande, frente al televisor. Zaida, su mamá, cuenta que hace varios días que falta al colegio porque está enfermo, como gran parte del año. "Ahora tiene angina viral, me dijo el médico. Pero además es alérgico, sobre todo a las cucarachas, y sufre de asma. ¿No ves lo agitado que está? Siempre parece que hubiera corrido, pero no, es así, le falta el aire."
Ella lo observa desde el patio compartido y desde allá le indica cosas. "¡No tan cerca del televisor, hijo!", dice. Cuenta que es lo único que lo entretiene, que no hay mucho más para que él pase el tiempo si no está en la escuela. Mientras tanto muestra su casa de una habitación: allí están la cama grande y la de su hijo. Mesa no hay. "A veces dibuja sobre su cama; si no, en la mesa de la abuela, pero otro lugar no tiene. Esto es", dice y traza un abanico con su brazo para poner en evidencia ese pequeño mundo compartido.
El piso de cemento de la pieza está mojado. Sobre la cama del chico hay una gotera que procuran frenar, cada vez que llueve, con un nylon grueso. Hace dos días llovió y adentro aún no se secó la pared. También hay una soga de ropa húmeda que cruza de un extremo a otro la habitación. Se respira humedad. No hay una sola ventana. "Donde pensábamos abrir una ventana pusimos el baño", explica Zaida. Es el único y lo comparten entre todas las familias. "Lo mojado del piso es porque el agua de los pozos se viene adentro", dice Zaida mientras explica que esto pasa siempre y que lo soluciona con mucha lavandina.
"Ya pedimos al Gobierno que nos ayude para que no se inunde todo. Son aguas servidas. Afuera, ahí en el pasillo, se ven los pozos abiertos", dice Elba, que habla en tono bajo, no parece enojada; más bien cansada y por momentos, vencida.
Mónica habla de sus cuatro chicos. "Los míos sufrieron mucho de bebes. Bronquiolitis, ronchas por la humedad, alergia a las cucarachas", enumera. Su cuñada interviene: "Acá las cucarachas son de este tamaño". Sus dedos simulan el largo de un cigarrillo. En uno de los estantes de la cocina, por debajo de unos tarros que parecen contener azúcar, circulan esos bichos. Las personas mayores parecen acostumbradas, nadie frunce la cara ni dice nada. Los chicos tampoco, pero hablan con el cuerpo.
Las cifras de la precariedad
La familia de Elba con sus hijos, nietos y bisnietos testimonia la situación de precariedad de millones de personas. El último informe mundial de Unicef señala que, por la urbanización creciente, cada vez más niños viven en barrios marginales. "Son los más pequeños quienes se ven más vulnerables y desfavorecidos porque, desde la infancia, carecen de los servicios básicos y no gozan del derecho a prosperar", expresa el documento.
En la Argentina, si bien los índices de pobreza se redujeron en los últimos años, aún hay 1,9 millones de chicos pobres, es decir, que viven en familias que apenas pueden ofrecerles lo mínimo para comer, vestirse y estudiar; 420.000 son indigentes, con problemas de acceso a los alimentos básicos.
El especialista en Evaluación & Monitoreo de Unicef, Sebastián Waisgrais, explica a La Nacion que la pobreza tiene su correlato directo en las deficiencias habitacionales. Una vivienda deficiente es la que, entre otras cuestiones, no tiene acceso a agua corriente, a la electricidad, que carece de las mínimas dimensiones, que no es segura. Estas características afectan la vida cotidiana de todos, especialmente de los niños.
"Los últimos años hubo políticas habitacionales que tuvieron impacto en los chicos", dice Waisgrais. Según Unicef en 2003, en el país, 6 de cada 10 chicos vivían en un asentamiento; hoy la cifra se redujo a 2 de cada 10. Una de las variables clave para medir este déficit es el hacinamiento, es decir, si viven más de tres personas por habitación. "Las cifras están mejor, pero hoy hay casi 1,4 millones de chicos que aún viven en casas con este problema", precisa. Se detiene en los pendientes. "Habría que profundizar las políticas públicas para que las bajas sean más fuertes."
La coordinadora de Desarrollo de Recursos de Hábitat para la Humanidad Argentina, María Constanza Ledesma, explica que habitar viviendas atestadas y destartaladas en asentamientos, para los chicos es mucho más que no disponer de un lugar plácido para vivir. En la organización para la que trabaja se ocupa de seguir de cerca los programas de construcción de viviendas para sectores de bajos recursos, un sistema que se nutre con voluntarios y que se implementa a través de microcréditos. A partir de su experiencia habla de una forma de vida injusta que debe desaprenderse.
"Veíamos que los chicos, cuando cambiaban la casilla por una casa con dos dormitorios y un baño estaban tristes porque nos decían que los separábamos de los padres. El tema es que tienen algo culturalmente muy arraigado y nadie les había enseñado que los niños duermen en habitaciones separadas de los mayores -relata Ledesma-. Tampoco se les explicó que hay lugares privados y otros públicos, y que en cada espacio las personas comportan de manera diferente." Esto último, dice, es muy importante para que los chicos tengan la posibilidad de protegerse, de resguardar su intimidad.
Esta coordinadora en Hábitat para la Humanidad enuncia también otros cambios, que pueden parecer menores, pero que no lo son y están fuertemente arraigados en la vida de las familias. "Nos llamaba la atención que los chicos tiraran las bebidas sobrantes de sus vasos al piso. Supimos que cuando las casas tienen piso de tierra se acostumbra tirar líquido para que no vuele tanto el polvo; con el piso de cemento o mosaicos es diferente y hubo que enseñarles -cuenta-. Como nunca tuvieron luz eléctrica paga, no está la conciencia de cuidarla, de que tienen que apagarla cuando no se usa." Y los pequeños ejemplos siguen.
El impacto en la escuela
El estudio de Unicef se detiene en una consecuencia no menor de vivir en ranchos. De cada 100 chicos pobres, 10 no terminan la escuela primaria y 60 abandonan la secundaria; en contraste con estas cifras, entre los niños que no son pobres, tres no terminan la primaria y 30 abandonan la secundaria.
El abandono, el bajo rendimiento y el ausentismo fueron seguidos de cerca por el equipo de Hábitat de la Humanidad. "Una de las principales causas de ausencia en el colegio se debe a enfermedades provocadas por vivir en ambientes poco favorables, en general, muy húmedos -dice Ledesma-. También el poco espacio adecuado para realizar las tareas escolares propicia el bajo rendimiento."
La familia de Elba Díaz, con su multitud de hijos, nietos y bisnietos en su casa de tres piezas en la villa 21-24 y Zavaleta de Barracas, sabe de estas consideraciones, las padece a diario.
MEJORES VIVIENDAS EN LA ISLA MACIEL
En la isla Maciel, un asentamiento de Dock Sud, Avellaneda, la mayoría de las 7000 personas que reside allí es pobre y los problemas habitacionales son históricamente graves. Desde hace unos meses, los vecinos de la isla tuvieron un sueño: organizados por el sacerdote Francisco Olveira a través del Programa Casitas de Belén de la parroquia de Fátima empezaron a acondicionar sus casas para que nadie viva en condiciones indignas a través de un sistema de microcréditos.
Olveira, que acompaña a La Nacion a conversar con Natalia, explica que con este proyecto de microcréditos ya se benefició a 20 familias con préstamos de 12.000 pesos en promedio y que el recupero de las cuotas -la mayoría ronda los $ 500 mensuales y no tiene interés- es del 100 por ciento. "¡Qué banco tiene ese nivel de recupero!", se jacta el sacerdote.
Cristina Ortega, una vecina de la isla, se ofrece a mostrar su nuevo hogar. "Mi sueño era cambiar el techo, porque era de chapa, estaba toda rota y se llovía. ¡Mirá ahora qué hermosura!", señala el techo, con losa y tirantes de madera nuevos. Ada, una de sus pequeñas, interviene para contar que ahora tiene su habitación. "Acá, antes cuando llovía nos despertaban las goteras encima de la cara. Teníamos que mudar los chicos en plena noche", recuerda Cristina.
Ahora sabe que, durante 10 meses, la familia debe devolver 500 pesos mensuales a la parroquia para que otros vecinos puedan reacondicionar sus viviendas. "Mi marido tiene trabajo en una fábrica de cemento. Estamos cumpliendo bien, al día", cuenta.
1,4 millones
Son los niños que crecen en situaciones de hacinamiento en todo el país
2 de 10
Chicos urbanos son los que viven en un asentamiento
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