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La crisis del 2001 expulsó a miles de chicos de las aulas, y el espacio oficial pasó a ser más un sitio de contención; la recuperación hizo que muchos padres trasladaran a sus hijo a instituciones privadas

La devastadora crisis que asoló el país en 2001 arrojó a la pobreza a centenares de miles de familias de clase media y dejó a vastos sectores de la población, que ya vivía en forma marginal, con las necesidades básicas insatisfechas.

Una de las últimas variables de ajuste de todas esas familias fue la educación. El índice de chicos que dejó la escuela, especialmente el secundario, fue elevado. El fenómeno afectó más a las escuelas estatales que a las privadas, en parte porque son más numerosas y su población fue la más perjudicada por la crisis. Los más necesitados llenaron los establecimientos en los que se daba de comer, más que enseñar palotes.

A diez años de aquel estallido y luego de haberse sancionado la ley nacional de educación y de privilegiar, por lo menos en el discurso del Ejecutivo, el artículo 28 de los Derechos del Niño (establece una educación de calidad en condiciones de igualdad de oportunidades), el 62,2% de la gente dice que la educación es la principal deuda social. Así se desprende de un estudio titulado "Persistentes desigualdades sociales en el acceso a la educación", realizado en grandes centros urbanos por el Programa Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina (UCA), entre padres y responsables de chicos de hasta 17 años, quienes dijeron que esa deuda se completa con deficiencia en la alimentación, entre otras cosas.

La brecha educativa, durante esos años conflictivos, se amplió. Muchas familias se vieron obligadas a reducir costos en el pago de las cuotas, aunque muchas otras emigraron de las públicas desalentadas por los paros, una práctica recurrente que hace muy difícil cumplir la meta de 180 días anuales de clase.

Pero, con la recuperación paulatina de cierta estabilidad económica, los padres volvieron a trasladar a sus hijos al sector privado, al considerar las ventajas que ofrece.

Axel Rivas, director del Programa de Educación del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), lo explica así: "Hubo jurisdicciones donde se notó el pasaje de alumnos de nivel socioeconómico medio-bajo de la escuela pública a la privada, en gran medida por los paros docentes y las posibilidades económicas de pagar escuelas privadas de bajo costo y muchas veces subsidiadas por el Estado".

Pedro Barcia, vicepresidente de la Academia Nacional de Educación, opina en forma similar, y agrega: "La gente se ha volcado cada vez más a la privada por razones de estabilidad y organización de la educación de sus hijos. Los paros, las tomas de escuelas, el estado de los edificios, la incomunicación con los padres aumentan ese distanciamiento. Hemos visto a gente de pocos recursos ajustándose el cinturón para enviar sus hijos a una escuela privada, para que no altere el ritmo de trabajo de los padres. Estos sienten que sus hijos cumplen horarios, hacen sus tareas, practican responsabilidad".

En tanto, el economista y ex ministro de Educación Juan José Llach dijo a La Nacion que no encuentra evidencias de que la brecha ya instalada "entre quienes pueden estudiar en el sector privado y en el público se haya expandido. Lo que sí hay, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, es una huida de alumnos de la escuela pública a la privada, que las autoridades tienden a ignorar o minimizar".

El ex ministro sueña con instaurar un tipo educativo como el de Holanda, a su juicio, el único país con absoluta libertad de enseñanza. Pero aclara que, para eso, debería superarse "la fuerte segregación social que existe, sobre todo, entre las muy buenas escuelas privadas y las generalmente malas o regulares escuelas estatales de los barrios más necesitados".

Rivas, en cambio, sintetiza el problema desde otro punto de vista. Dice: "Ambos sectores son muy dispares internamente, varían mucho según provincias y contextos. Por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires, casi el 50% de los alumnos del sector público asisten a escuelas de jornada completa, mientras que en el sector privado sólo el 18% tiene esa posibilidad. A nivel global, hay un mito con respecto a la calidad y la cantidad de horas de clase de las escuelas privadas. La calidad, medida por las evaluaciones nacionales e internacionales (entre ellas, PISA), es idéntica en las escuelas públicas y privadas, sólo se diferencia por el nivel socioeconómico de los alumnos, no por lo que brinda la escuela".

Complementación

Barcia hace un balance poco halagüeño, e indica que en la educación oficial el nivel inicial es excelente, flojo el primario y en franca decadencia el secundario. "Pensar -dice- en una confrontación entre ambas vías educativas es ya facilitarla. Son formas complementarias y convivientes. Ambas son públicas, con diferentes gestiones, una gratuita, la oficial -que pagamos todos con nuestros impuestos, incluso los que envían sus hijos a las privadas, con lo cual resultan pagando dos veces la enseñanza de sus hijos- y otra de gestión privada, con pago mensual. Es falaz estimar que la escuela privada es un negocio y la oficial es pura vocación. La privada crece en la medida en que la oficial no amplía su campo y empeora sus condiciones."

Los tres entrevistados hicieron mención a la pobre infraestructura de los establecimientos y en el dolor que les producía la decadencia de la escuela pública, de la cual son hijos. Una escuela pública de excelencia que hizo de la Argentina de aquellos humildes inmigrantes un país diferente, culto, que se empobreció y terminó por excluir a los que menos tienen.

Ampliar la jornada escolar, nueva política de Estado y más rigor, las posibles soluciones

¿Cómo se hace para que el panorama mejore? Llach se inclina por pensar que este problema se soluciona con una política educativa que se maneje "atendiendo a las necesidades de las escuelas, no de un supuestos sistema que cada vez se sabe menos lo que es. Y lo más importante, una política de Estado que logre que la calidad de las escuelas públicas, empezando por las de barrios más necesitados, sea comparable a la mejor".

Rivas puntualiza que una posible solución es la extensión de la jornada escolar, para nivelar al 30% de los alumnos del país de menores recursos y que cursan el nivel primario. Y reclama que debería ser una de las principales metas en el nivel nacional.

Barcia prefiere apuntar algunos de los errores que, de modificarse, cambiarían los resultados educativos. "Se facilita -dice- que el alumno pase de año, no que se lo promueva, es decir que se verifique en él un avance. Simplemente se lo mantiene en el sistema por la matrícula y para matar la deserción. Se lo incluye durante los años de estudio, y cuando egresa, es un expósito sin posibilidades de incluirse en trabajos y estudios posteriores."

Barcia carga contra los padres, culpables en parte de la repitencia, la tolerancia excesiva y el perdón constante. "La incongruencia de los padres consiste en que exigen que no se le aplique ninguna medida a su hijo por sus incumplimientos o falta de rendimiento -con la complicidad de inspectores y autoridades superiores- y luego se rasgan las vestiduras al ver el producto que egresa y critican a la escuela. En cuanto a la formación docente, deja mucho que desear en los dos ámbitos, el público y el privado, y éste es el talón de Aquiles del paso educativo", finaliza.

www.lanacion.com.ar 23/02//11