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La escritora y psicoanalista francesa, que ya retrató la vida de Lacan, dibuja en su biografía de Freud -el creador de una "medicina racional del alma", según dice- a un personaje producto de su época

PARIS - ¿Cómo comprender hoy a Sigmund Freud? ¿Quién era? ¿Cómo vivía y cómo elaboró un método y una práctica que un siglo más tarde siguen fascinando y resistiendo a los ataques más devastadores? En Freud en su tiempo y en el nuestro, que acaba de ser publicado en la Argentina por las ediciones Random House, Élisabeth Roudinesco se esfuerza en restituir, en su contexto histórico y cultural, la invención de una de las mayores revoluciones intelectuales de nuestra época: la importancia de la intimidad.

Sin inventar una leyenda dorada, en esas 600 páginas la célebre historiadora francesa del psicoanálisis analiza - a través de los archivos existentes- toda la vitalidad, la complejidad y la vigencia del pensamiento de uno de los grandes genios del siglo XX, desde su nacimiento en 1856 hasta la actualidad.

- ¿Por qué hacer una biografía de Freud, teniendo en cuenta que ya había numerosas obras sobre él?

- Ya nadie lo conoce. Desde la excelente biografía de Peter Gay, aparecida hace tres décadas, el mundo anglófono lleva un avance considerable sobre el francófono. Toda la historiografía sobre Freud es anglosajona y alemana. En Francia soy la primera que escribe una biografía histórica sobre Freud. La primera también en haber consultado los archivos en Washington. Ningún psicoanalista tuvo antes la idea.

- ¿Por qué razón?

- Porque, lamentablemente, la comunidad psicoanalítica no se preocupa por su propia historia y mucho menos por la de Freud. Para la mayoría de los psicoanalistas, Freud es un personaje abstracto. Su obra es una estructura -una suerte de texto sagrado- comentada y sobreinterpretada según cada escuela.

- ¿Usted quiere decir que, para ellos, el hecho de que el psicoanálisis haya sido elaborado en condiciones históricas precisas no tiene ninguna importancia?

- Así es. Los psicoanalistas leen su obra como un corpus clínico. El problema es que esa historia les cae encima cada vez que se publica un panfleto antiFreud.

- Esa es la razón por la cual se decidió a escribir su libro.

- Es necesario deconstruir los mitos que rodean los orígenes del psicoanálisis, regresar a la historia de Freud y a la génesis de su obra a fin de abandonar los dogmas. Hay que dejar de considerar esta disciplina como un texto sagrado que debe ser repetido como un catecismo. Freud no se limita a las interpretaciones que uno hace. Hay que volver a lo que él era, a la forma en que ese hombre se construyó y creó su obra. ¿Quién era Freud? ¿De dónde venía?

- A su juicio, ¿eso era lo que faltaba en las anteriores biografías?

- En la obra de Peter Gay falta sobre todo la radiografía de una época. En la pluma de ese brillante historiador de la época victoriana, Freud se transforma en un erudito darwiniano inglés, muy poco vienés. Yo quería estudiar todo el movimiento, comenzar por el shtetl del Yiddishland, donde vivían sus ancestros negociantes en diversos productos y que aspiraban a otra vida. El libro comienza en 1848. Evoco el periodo de las Luces judías (la Haskala), las Luces francesas y las Luces alemanas (Aufklärung). Pero sobre todo trato de dar una interpretación no-psicoanalítica de la vida de Freud. Precisamente porque quise desmontar los mitos que circulan sobre su vida y su obra.

- ¿Cuáles son esos mitos absurdos?

- Absurdos, tal vez no. Pero imaginados para construir la leyenda de un gran hombre que emergió de su soledad únicamente gracias a la fuerza de su genio. Por ejemplo, el autoanálisis es una construcción. Lo mismo que el complejo de Edipo, del que Freud habla todo el tiempo, pero nunca teoriza, salvo para hacer una psicología de la familia. Pero lo que es genial en Freud no es la psicología edípica como se la utiliza hoy para explicar todo y su contrario, sino haber transformado cada neurótico moderno en un personaje trágico, en Hamlet o en Edipo. Es necesario restaurar ese gesto contra el reduccionismo contemporáneo, que transforma al ser humano en una simple máquina química sin alma. A mi juicio, la pulsión de muerte es antes que nada producida por la historia, por los determinismos políticos esenciales en la segunda parte de la obra freudiana, después de la Primera Guerra Mundial.

- También habla de las leyendas que rodean la vida íntima de Freud.

- Algunas fabricadas a partir de la interpretación de sus sueños por diversas escuelas analíticas. Los ferenczianos, por ejemplo, piensan que Freud fue víctima de abuso sexual durante su infancia. Esto es imposible de verificar. Según algunas fuentes, su nodriza habría abusado de él; él mismo habría abusado de su sobrina, la sombra de un tío flotaría sobre su destino. Cada escuela analítica inventó un Freud mítico, a quien se atribuyen todo tipo de relatos, con anécdotas que se repiten al infinito.

- En su libro define a Freud como un "revolucionario de lo íntimo". En todo caso, en el terreno político fue más bien un conformista.

- Fue un conservador ilustrado y rebelde. Freud era un demócrata. Pero también era un producto de su época. Estaba a favor de las monarquías constitucionales, porque consideraba que las élites debían ilustrar al pueblo. Sin embargo estaba en contra de la pena de muerte, a favor de la emancipación de las mujeres y la despenalización de la homosexualidad. También es verdad que era extremadamente anticomunista. Nunca creyó que se podía instaurar la felicidad del hombre mediante la igualdad y la distribución de la riqueza. No era hostil a Marx. Solo creía que el proyecto comunista era ilusorio.

- También afirma que el gran aporte de Freud a la ciencia fue la idea de que estamos determinados por nuestro inconsciente pero, al mismo tiempo, somos seres libres. Es un concepto bastante fascinante. y contradictorio.

- Freud pensaba que estamos habitados por mitos arcaicos, que todos somos criminales en potencia y que sólo la civilización permite contener esas pulsiones de muerte que forman la base de todo individuo. Por eso es necesario a la vez liberar las pulsiones y controlarlas. Con esa teoría reavivó todas las tragedias antiguas para pensar el presente: Edipo o el inconsciente salvaje, y Hamlet o la consciencia perturbada. También nos remite a las luces del Renacimiento italiano. Freud era un pensador habitado por lo irracional, lo demoníaco, las historias de brujas. En mi libro quise demostrar ese contraste permanente. Quiso hacer una ciencia, pero no lo es; es una medicina racional del alma. Freud no quiso ligarla a la fisiología ni a la filosofía, quiso construir un movimiento. Pensaba que, a medida que avanzaban el progreso y la infelicidad, más progresista había que ser. Siempre me fascinó esa dialéctica permanente que fue capaz de construir.

- Usted evoca la decisión de Freud de no tener más relaciones íntimas con su mujer después del nacimiento de su sexto hijo. ¿Se podría interpretar ese gesto como una forma de poner en práctica su teoría de la sublimación de las pulsiones sexuales?

- Es mucho más simple que eso. Su mujer, Martha, no quería más hijos y él no quería utilizar preservativos. Freud era un monógamo que estaba profundamente enamorado de su mujer. No era un seductor, la abstinencia nunca le molestó, aun cuando tuviera oleadas de libido de tanto en tanto. En verdad, la privación le encantaba. No porque quisiera elaborar la teoría de la sublimación. ¡Lo hizo porque es real para todo el mundo! Curioso cuando se sabe que Otto Gross, Carl Gustav Jung, Ernest Jones, todos los discípulos que lo rodeaban, eran bastante adeptos de la sexualidad.

- Imaginar que ese teórico de la sexualidad fuera abstinente parece increíble.

- Es verdad, aunque no para mi.

- Durante la preparación de su libro, ¿qué descubrió de nuevo que no se supiera?

- Casi todos los archivos sobre su vida son accesibles. No hay mucho para descubrir, pero todo ello, y en particular los casos de pacientes desconocidos, me permitieron demostrar detalles de su cotidianeidad. Por ejemplo, se le atribuyó a Freud una vida y una sexualidad imaginarias. Su correspondencia personal demuestran su verdadera relación con su familia, en particular con su hija Anna.

- Que era homosexual e idolatraba a su padre, ¿verdad?

- Anna no era en efecto un genio, pero tampoco una imbécil idólatra incapaz de separarse de su padre. Freud la analizó -algo impensable en nuestros días-, pero entonces esa práctica no estaba prohibida. Hay muchos psicoanalistas que piensan que si Anna era homosexual, fue porque su padre le impidió el camino hacia los hombres. Yo no lo creo. Su homosexualidad existía antes y se revela durante la terapia.

- ¿Y cuál es la verdad sobre su supuesta relación con Minna Bernays, hermana de Martha, su mujer?

- Nada, absolutamente nada permite probarlo. La gente que defiende esa tesis ignora totalmente los modos de vida de esa época. Una cosa son las apariencias (es verdad, Freud viajaba con ella todos los veranos, porque Martha detestaba viajar), y otra son las pruebas. Hasta hoy, nadie halló nada que probara esa relación.

- ¿Por qué es tan importante para sus detractores probar todas esas supuestas perversiones de Freud?

- Porque si él era un perverso, su doctrina se transformará automáticamente en la prolongación de su perversión.

- Entre ellos está el filósofo francés Michel Onfray, para quien la doctrina freudiana es "el producto de una cultura decadente que proliferó como una planta venenosa".

- Nada original, como todo lo que dice Onfray, esa temática ya había sido planteada por el político de derecha nacionalista Léon Daudet (1867-1942), para quien el psicoanálisis sería una ciencia parasitaria, concebida por un cerebro degenerado y nacida en una ciudad depravada.

- Su enfrentamiento con Onfray fue el último de una larga serie de ataques contra Freud que terminaron transformándose en duelos personales.

- Así es. Esas batallas comenzaron en Estados Unidos, cuando los antifreudianos radicales intentaron, en 1996, censurar una exposición sobre Freud. En 2002 se publicó en Bélgica el libro Mentiras freudianas, de Jacques Benestau. El opus incluía un prefacio de un auténtico antisemita, allegado al Frente Nacional. Fui acusada de difamación, pero gané el proceso. En 2005 salió a la venta El libro negro del psicoanálisis. Escrito sobre todo con la participación de Mikkel Borch-Jacobsen -a quien conocí bien hace muchos años-, se trata de una compilación de textos de historiadores revisionistas y de adeptos de las terapias cognitivo-comportamentales. Pero, sobre todo, es un resumen de estupideces, errores y rumores, basados en el odio y la incultura, en el cual los verdaderos historiadores son tratados de hagiógrafos.

- ¿Qué le permite resistir a esos ataques realmente duros?

- Yo nací en 1944, en momentos de la liberación de París, y fui educada en una cultura de la Resistencia. Mis dos padres, médicos y judíos, fueron anticolaboracionistas. De niña me apasionaban los filmes de héroes que sabían resistir a la opresión. De todos modos, cuando uno escribe una obra, es atacado. Cuando se es mujer, peor aún. Y cuando se escribe sobre el psicoanálisis, todavía peor.

- Usted militó en el Partido Comunista francés.

- Adherí al PCF en 1971 y me fui cuando se produjo la ruptura de la unión de la izquierda en 1977. Nunca negué ese episodio y sigo fiel a la idea de revolución, testimonio de un deseo de libertad.

- En todo caso su infancia fue bastante excepcional.

- Excepcional pero atípica. Fui una hija de padres "viejos". Mi padre tenía 61 años cuando nací, mi madre 41. Mi padre, médico clínico, trabajaba en casa. Mi madre, psiquiatra, iba todos los días al hospital. Ella fue quien introdujo en Francia el psicoanálisis para los niños pequeños, que hoy se denomina pedopsiquiatría.

- ¿Cómo fue su educación?

- Mi madre me dejaba una total libertad. Fui rápidamente autónoma, pero bastante insoportable en la escuela, de donde conseguí hacerme expulsar. Mis padres divorciaron cuando yo tenía nueve años y mi madre se casó con un hombre menor que ella, Pierre Aubry.

- Escritora, columnista, psicoanalista, profesora, por fin historiadora del psicoanálisis. ¿Quiénes fueron los personajes que marcaron su vida?

- Tuve los mejores maestros. Los principales fueron Gilles Deleuze y Michel Certeau, de quienes fui alumna. Esos hombres tan diferentes -uno materialista ateo y el otro jesuita- sabían orientar a sus alumnos hacia la realización de sus "verdaderos" deseos intelectuales. Pero también tuve el privilegio contar entre mis amigos a Louis Altthusser, Jacques Derrida, Georges Canguilhem.

- ¿Por qué no nombra a Jacques Lacan, a quien conoció tan bien que llegó a convertirse en su única biógrafa?

- Con Lacan fue diferente. Mi madre, que pertenecía a otra escuela del psicoanálisis, fue a trabajar con él en 1953. Ella sabía que, si bien el hombre era difícil, encarnaba la novedad. Tenían la misma edad, pero ella tenía más diplomas que él. Lacan, hijo de comerciantes de vinagre, estaba además fascinado por los orígenes burgueses de mi madre. Lacan venía todo el tiempo a casa. Mi madre era amiga de su mujer, Sylvia Bataille. En realidad, teníamos una relación familiar.

- ¿Por qué no haber hecho su análisis con él?

- Precisamente por eso, porque me parecía imposible mezclar todo, aunque él me lo propuso varias veces. Yo me analicé con Octave Mannoni.

- ¿Durante cuánto tiempo?

- Ocho años

- ¿Y por qué abandonó su carrera de psicoanalista?

- Porque es imposible desarrollar esa actividad a medio tiempo y todo me interesaba. Me encantaba escribir, proseguí mis estudios universitarios de letras. Por fin, un día Michel Certeau me convenció de que había que escribir la historia del psicoanálisis y que yo era la única que podía hacerlo en ese momento.

- Fue una decisión arriesgada. Supongo que no todos apreciaron.

- En efecto. Muchos consideraron que el psicoanálisis no era un objeto como otro y que, en consecuencia, no se podía hacer su historia. Yo respondía que una disciplina sobre la cual no se puede hacer la historia es una secta. Por fin todos aceptaron recibirme. Después llegó la hora del debate. Para los lacanianos, mi trabajo no elogiaba bastante a su maestro ¡ni a ellos mismos! Pero también tuve apoyos fabulosos.

- ¿A qué atribuye el retroceso actual del psicoanálisis?

- Característica de nuestro tiempo, cada vez hay más desprecio por el trabajo intelectual. Yo llamo a esa actitud "el odio al pensamiento". Y creo que los medios de comunicación tienen gran parte de responsabilidad. En lo que concierne al psicoanálisis, las nuevas generaciones, en su mayoría clínicos formados en facultades de psicopatología y ya no en ciencias humanas, se niegan a pensarse a sí mismos.

- Pero, en el fondo, lo importante es la eficacia, ¿no?

- La eficacia jamás es un buen argumento. Ni en medicina, ni en ciencia, ni en literatura. Con ese razonamiento se coloca al paciente al nivel de cosa. Yo estoy de acuerdo en que se practiquen terapias más cortas. La gente tiene derecho a escoger. Pero nuestra época delira con evaluaciones generalizadas de todo y de cualquier cosa, que destruyen la sana idea de "juicio crítico". Si todo se vuelve "eficaz", da igual jugar al golf, acariciar su gato hacer un psicoanálisis o una terapia comportamental.

Luisa Corradini

 

www.lanacion.com.ar  08/11/15

 

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