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Tenemos la gran oportunidad de cambiar la educación criando niños felices aprendiendo con alegría, entusiasmo y amor.

Historias de vida de personas que tienen un hermano con discapacidad; cuáles son sus miedos, sentimientos, dinámicas familiares y este vínculo fraterno tan especial

No fue un instante preciso. Una fecha visagra. No lo tiene anotado en ningún lugar. Incluso cuando intenta ubicar esa certeza en algún lugar caprichoso de su biografía, sólo viene a su mente el recuerdo de que a los 5 años, su hermano Santiago no hablaba. "Sólo hacía ruidos o gestos pero igual se hacía entender. Y nos comunicábamos así", dice Tobías Gatto Perkins, conectándose con esa facilidad instintiva con la que los niños se adaptan a cualquier circunstancia.

Solo un tiempo después, comprendió que su hermano Santiago tenía una hipoacusia bilateral profunda y que por eso no había desarrollado el habla. De eso se dieron cuenta sus padres a los 10 meses. Enseguida lo equiparon con audífonos pero para que pudiera empezar a escuchar y a hablar era necesario hacerle un implante coclear. En esa época debía tener 3 años o más para ser candidato para un implante, así que esperaron ese tiempo estimulándolo con terapia verbal y más tarde se realizó la cirugía. Como Santiago se asustó mucho en su primer encendido tardó dos años más en comenzar a escuchar. "Me acuerdo que corría por toda la casa como loco porque era demasiado fuerte escuchar de golpe. Con el tiempo se fue acostumbrando al implante y eso le cambió la vida", cuenta Sofía, la otra hermana.

Tobías, Sofía y Santiago Gatto Perkins son hermanos trillizos de 17 años, que fueron atravesando en familia, y con total naturalidad, el hecho de que Santiago necesitara algunos apoyos para poder desenvolverse como cualquier otra persona. El resto de la foto está compuesta por mamá Mariela, papá Claudio y el pequeño Benjamín de 9 años.

Esta es una de las tantas familias que alberga en su seno a una de las 5 millones de personas con discapacidad que existen en nuestro país. Todos nacieron siendo hijos de un hogar que tuvo que barajar y dar de nuevo porque no existen fronteras cuando está en juego la felicidad del ser querido. Y algunos también son hermanos, y desde esa fraternidad íntima que supera cualquier genética, mantienen el vínculo único de aprender a desandar los caminos de la vida. Con más o menos obstáculos. Pero con la convicción de que querer hacerlo juntos.

"Santiago no hizo que nuestra vida fuera más sufrida o problemática. Para mí no es diferente. Empieza a ser especial si vos los empezás a tratar como especial", dice Sofía sentada en la mesa del parque de la casa familiar, en un barrio cerrado de Pacheco.

Es que gracias a que Santiago empezó a escuchar a los 5 años y pasó los siguientes 4 en el colegio Las Lomas Oral para aprender a hablar, pudo lograr integrarse en cualquier actividad que quisiera. Volvió al colegio Pilgrims con una maestra integradora junto a sus hermanos, y actualmente los tres están cursando, en la misma aula, el último año de su secundaria.

"Cuando Santi salió de Las Lomas Oral mamá empezó a colaborar en la Comision Directiva del colegio y ahora es la Presidenta de la Asociacion", dice Sofía. Hoy en día y desde hace ya 14 años toda la familia colabora con las cenas de recaudación de fondos. De hecho, Sofía para sus 15 años junto con la invitación a su fiesta entregó una tarjeta que decía: "Si pensás gastar algo en mi regalo, por favor donalo a Las Lomas Oral. Allí aprendió a escuchar y a hablar mi hermano. Con tu ayuda podemos seguir haciendo realidad el sueño de muchos otro chicos hipoacúsicos". Fue todo un éxito.

Recién este año Santiago arranca la escuela sólo, sin apoyos. "Hace todo lo mismo que nosotros menos inglés, que toma clases particulares. Eligió la misma especialización en Economía como Tobías, y yo estoy en Humanísticas", cuenta Sofía, a la vez que aclara que ellos siempre estuvieron muy informados de la situación de Santiago y mantenían largas charlas con su maestra integradora.

Tobías, por ser varón, comparte con Santiago no sólo el cuarto sino también su grupo de amigos. "Hacemos todo juntos. Jugamos en el mismo equipo de rugby en BAC&RC, salimos. Es un amigo más para mí. Como cualquier hermano. Nunca lo sentí diferente", dice Tobías, quien tiene en su memoria cientos de anécdotas compartidas, de las más graciosas hasta las más profundas.

Como cuando en la fiesta de Año Nuevo pasado perdió el implante de tanto saltar mientras bailaba - "lo que más le gusta es escuchar la música bien fuerte y saltar" - y él se preocupó porque no lo encontraba. "Yo siempre lo cuido porque soy el más grande. Soy el que salí primero. Siempre lo estoy chequeando para ver si está bien en una fiesta. Estuvo cuatro días sin poder escuchar hasta que le consiguieron el implante nuevo y se lo calibraron. Y eso sí lo cambia.

Cuando no puede escuchar es otra persona. Se queda en su mundo. Esa vez no quiso salir porque no podía interactuar con nadie". O como cuando una noche Tobías le dijo que estaba ideal para dormir porque llovía y se podían escuchar las gotas en el techo, y Santiago acostumbrado a dormir en total silencio no soportó ni dos minutos ese espectáculo. O como cuando un día les preguntó qué ruido hacían los peces debajo del agua (tiene que sacarse el implante para meterse en el agua y en la playa por la arena). "Yo le expliqué que para nosotros estar debajo del agua era lo más parecido a cuando él se sacaba el audífono. No escuchamos casi nada", cuenta Sofía.

Santiago hace lo mismo que cualquier otro chico de su edad: estudia (quiere seguir Economía), hace deporte, maneja, le gusta ir a bailar, va a misionar con el colegio, disfruta de mirar series o películas en familia. No tienen ninguna adaptación en la casa. Lo único que analizaron en su momento fue la posibilidad de que tuviera una especie de despertador vibrador debajo de la almohada (se saca el implante para dormir) pero al final nunca lo hicieron. "Lo despierta mi mamá o cualquier de nosotros", dice Sofía.

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"Cuando se tiene un hijo con discapacidad los padres dicen que es como la bomba de Hiroshima que cae en la familia y afecta a todos sus miembros. Los hermanos siempre han sido muy postergados por la demanda que supone el hijo con discapacidad y la creencia de que no necesitan nada. Pero también porque antes las personas con discapacidad no sobrevivían a sus padres y ellos no se tenían que hacer cargo. Hoy es diferente y hay que prepararlos para ese futuro", sostiene Blanca Nuñez, doctora en psicología y terapeuta familiar especializada en discapacidad, a la vez que aclara que no se pueden hacer generalizaciones porque cada familia es única.

Lo que sí rescata, es el hecho de que hay que poner el foco en los hermanos sin discapacidad, en preguntarles cómo están, qué necesitan, para que puedan encontrar espacios de diálogo y reflexión. Puede ser a través de la terapia individual o los grupos de hermanos.

"Muchas veces estas personas no se dan cuenta de lo que les pasa, porque sienten que ya todo lo que pasa en relación a la discapacidad de su hermano es mucha carga para sus padres como para enfocarse en ellos. A los hermanos les pasan un montón de cosas, tienen sentimientos encontrados. Les da culpa ser sanos, tener todo lo que su hermano no tiene. En algunos casos, hasta llegan a autoboicotearse. También pueden existir celos y rivalidad porque sienten que sus padres están dedicados al otro hermano y a él no le dan bolilla. A veces eso crea un sentimiento de injusticia y pone en duda el amor de sus padres", agrega Nuñez, quien explica que en estos vínculos fraternos, los sentimientos ambivalentes, buenos y malos, están amplificados.

Porque estos hermanos aman y odian como cualquier otro. Pero muchas veces no encuentran la manera de poder expresarse y eso lleva a que asuman roles que no les corresponden o que se queden afuera de la problemática de su hermano con discapacidad. "Muchos hermanos se constituyen como héroes familiares que creen que tienen que salvar a la familia, traer alegría, hacer todo bien y están sobreadaptados. Son chicos que no se permiten sufrir", dice Nuñez.

Ser invisible. Esto es lo que intentó Gladys Berisso desde que su hermano Flavio tuvo un accidente vial hace 33 años. Producto de un traumatismo tronco encefálico, quedó con cuadriparesia, dificultades en el habla y en la vista, problemas de equilibrio y coordinación. Su vida nunca más volvió a ser igual.

"Siempre traté de no hacer ruido, de estar bien, de no enfermarme, de que la vida me sonriera. Siempre demuestro que estoy de buen humor, me fue bien en el colegio, nunca fui una preocupación para ellos, era la hija que yo suponía que ellos querían que fuera. Hago ingentes esfuerzos para que no se me note la angustia, tengo pánico de empezar a hablar de este tema y no poder parar el llanto. Por eso siempre estoy ocupada trabajando", dice esta traductora y correctora de 52 años, que vive en Recoleta.

Flavio hoy tiene 48 años pero desde los 3 meses empezó con problemas de asma y eso marcó la dinámica familiar. "Mis viejos empezaron desde entonces a desarrollar una suerte de sobreprotección. Los primeros años compartíamos el cuarto y recuerdo a mis viejos viniendo a la noche a chequear si respiraba", cuenta Gladys, que empezó a hacer terapia después del accidente de su hermano porque sentía que necesitaba ayuda para procesar todo lo que le estaba pasando.
Montaron una habitación de hospital en su casa para atender a Flavio. Estuvo un mes en coma. Y cada pequeño logro era una fiesta: abría un ojo, decía una palabra. Sus padres viajaron a buscar agua bendita a México, lo llevaron a un instituto en Brasil, le dieron todo lo que podían para contribuir a su recuperación.
Hoy en día, Flavio vive en una casa de la familia en un country de Escobar ayudado por una señora que lo cuida. Camina y se desplaza muy lentamente con bastones canadienses, producto de la secuela motora y su sobrepeso. "También tiene un retraso madurativo como consecuencia de no haber tenido un desarrollo normal de su adolescencia. Nosotros queremos bajarle la luna y mi miedo más grande es terminar siendo como una mamá para él", resume Gladys.

Odio, resentimiento, bronca. Pero por sobre todas las cosas, mucha culpa. Esto es lo que siente Gladys por tener una vida plena. "Porque el accidente lo tuvo él y no yo, porque me casé y me pude desarrollar profesionalmente. Como hermana tengo la sensación de que nunca voy a ser feliz. Porque si él no es feliz, yo tampoco puedo serlo. Yo también tengo mis problemas como que no pude quedar embarazada pero al lado de lo que le pasa a él, lo mío es nada", agrega Gladys, para quien su marido Anselmo ha sido siempre un importante sostén en este tema.

Flavio terminó el secundario de grande, estudió computación pero Gladys sufre porque no tiene un objetivo en su vida, algo por qué luchar. Pasa sus días yendo a la Proveeduría del country y andando en su moto de 3 ruedas, yendo al Jumbo o mirando películas. "No hace ninguna actividad y hacerse amigos le cuesta mucho. Tiene una vida pasiva y serios problemas de conducta. A mí me angustia que no encuentre nada que lo apasione", dice Gladys.

¿Qué aprendió de la relación con su hermano? Muchas cosas. Especialmente, a tener paciencia. "A ser más anticipada, estructurada, programada. Aprendí a ser más tolerante. Tuve una alumna que era paralítica cerebral y ella también me ayudó a darme cuenta de que cualquier cosa que para mí era una obviedad para ella no. A mi hermano hay que esperarlo para que termine de hablar. Habla más despacio, le cuesta encontrar las palabras", explica Gladys, que en los últimos años pudo lograr un mejor vínculo con su hermano, ser más cómplice que enemiga, poder entender lo que le estaba pasando.

También, empezó a aplicar un consejo que escuchó en una jornada de Familia Ampliada: dejar que las personas con discapacidad tomen sus propias decisiones cotidianas y no hacer todo por ellas, para que se puedan sentir útiles.

"Aprendí a no hacerme problemas por pavadas. Nada es tan importante como que se te haya truncado la vida de esa manera. Tengo que seguir trabajando el tema del disfrute en mi día a día. No me lo permito porque mi hermano no puede disfrutar. Estoy con ganas de acercarme a Fundal que trabaja en temas de vivienda con autonomía. Ofrecerme como voluntaria y también como una forma de seguir metiéndome en este mundo porque tengo perfectamente asumido que me voy a hacer cargo de él, porque es mi hermano y lo quiero con toda el alma", concluye Gladys, con la madurez de una mujer que supo enfrentarse a todos sus fantasmas.

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Los sentimientos son viscerales, como todo lo que tiene que ver con un hermano. Vergüenza si lo miran por la calle, ira desbocada cuando alguien lo burla, angustia por no saber cómo será su vida adulta.

"Veo chicos de 10 años preocupados en relación al futuro cuando les pasen la posta del cuidado de sus hermanos con discapacidad a ellos. Les angustia pensar cómo va a afectar esto su vida de pareja, como si tuvieran hipotecado su futuro. Hay un mandato implícito de que el hermano es el que se va a hacer cargo. Pero es importante que la familia se reúna para diseñar un plan de acción. En este sentido, también es vital trabajar en reducir la sobreprotección y estimular el máximo nivel de autonomía de la persona con discapacidad", explica Nuñez.

En este sentido, Nuñez cuenta de cuáles son las principales propuestas de los hermanos sin discapacidad en los talleres grupales hacia sus padres: "no sobreprotejan a mi hermano; pónganle límites porque sino es un déspota; necesito un mínimo de atención exclusiva de mis padres; cuando mis padres no están, mi hermano se desenvuelve mucho mejor".

Este vínculo complejo, diferente con un hermano con discapacidad, tiene consecuencias directas y de por vida en estas personas. Les deja muchas enseñanzas, les aporta nuevos valores, los enriquece personalmente, los entrena en la dificultad. "Los hermanos cuentan que aprendieron a entender más a las personas diferentes. A tener más paciencia. Hay estudios que muestran que a muchos hermanos les ha marcado su elección vocacional, y eligen temas ligados al servicio", agrega Nuñez.

La Asociación Para la Protección Integral de Discapacitados (APID) de Campana, realizó durante 2014 un proyecto que consistió en generar un espacio exclusivo para los hermanos, en los que una psicóloga y un trabajador social, funcionaran como facilitadores para que pudieran hablar de sus dificultades.

"Lo más determinante es que ninguno prefirió no haber tenido ese hermano con discapacidad. El vínculo filial es muy fuerte por bueno o por malo y es constitutivo de la identidad de cada uno. Y aún estas personas que tienen hermanos tan complejos y pendientes, no llegan al punto de preferir no quererlo.

Sí dicen que les hubiera gustado que sus padres hicieran las cosas de otra manera, que repartiesen más la mirada, o que no se abocaran solo a su hermano con discapacidad. Otro tema que salió es que estos hijos generalmente no participan de las decisiones que se hacen sobre el hermano con discapacidad. Y cuando les llega el momento de ocuparse, no están en tema", dice Raúl Carcabal, trabajador social de APID.

Los desafíos dependen de muchos factores: la situación socioeconómica, el tipo de discapacidad, la cantidad de hijos, los apoyos existentes. Pero incluso en las peores adversidades, toda la familia se acomoda y moviliza para conseguir lo que haga falta para mejorarle la calidad de vida al integrante con discapacidad. Especialmente los hermanos.

En el caso de las Contreras, el amor hacia Valeria se evidencia en cada sacrificio que hicieron sus hermanas. Oriundas de la ciudad de Puerto Rico, en Misiones, Natalia (36), Silvia (39), Lidia (47), Mari (44) y Lorena Contreras (33) se encontraron con la odisea de tener que acompañar a su hermana menor Valeria a vivir con una discapacidad progresiva, en un pueblo no accesible y con un exceso de carencias.

Recién cuando Valeria tenía 4 años se empezaron a dar cuenta de que se caía mientras caminaba y de que no aumentaba de peso, a pesar de comer bien. Los médicos del pueblo creían que era una parálisis infantil pero lo cierto es que no sabían qué tenía y tampoco la derivaban a otro hospital para que pudieran diagnosticarla. Eso sucedió cuando Valeria tenía 10 años y su papá la llevó al Garrahan, en un arrebato de desesperación.

Valeria tenía miopatía congénita con distrofia muscular. Y eso significó una cantidad de viajes interminables de Puerto Rico hacia Buenos Aires, de visitas a médicos, de dudas y miedos, 6 cirugías y una permanente preocupación por cómo iban a conseguir la plata que necesitaban para cubrir los gastos.

"Mi mamá siempre fue ama de casa en el campo. Mi papá hizo de todo pero era encargado de un frigorífico. Falleció hace un año. Criaban animales, hacíamos bailes, vendíamos pollos para juntar plata para que pudiera viajar a Buenos Aires. O revendíamos ropa. Ahora necesita una silla de ruedas a motor y una camilla. Es un gasto constante. Debería hacer natación pero no tiene a dónde ir. Tendría que hacer kineseología y masajes todos los días pero no lo pueden cubrir, entonces sólo se hace una o dos veces por semana", recuerda Natalia, quien es la única que vive en Buenos Aires. Cuando Valeria tiene que hacerse algún estudio o chequeo - siempre acompañada por Silvia - se quedan en su casa. Antes lo hacían en un hotel en Constitución que les daba la provincia de Misiones.

"Yo soy siempre la que la llevo para todos lados. Antes lo hacían mis papás pero a ellos les costaba dejar el pueblo. Yo me ocupo porque las otras supuestamente tienen maridos e hijos pero yo también tengo todo y la traigo", dice Silvia, quien tiene una hija de 12 años. Esa que tuvo que dejar cuando tenía 45 días de nacida hasta sus 3 años porque tenía que acompañar a Valeria durante la operación que le introdujo una placa de titanio en la espalda.

"Lo re sufría porque yo le daba la teta a mi hija. Me sacaba toda la leche que podía cuando estaba en Misiones. Cada tanto me escapaba a verla y darle la teta. Cada vez que yo vengo para acá, mi hermana mayor se hace cargo de mi mamá y mi hija", agrega Silvia.

Valeria tiene 28 años, pesa 22 kilos y no tiene obra social por lo que todo le cuesta más. Recién a los 11 años cuando se vino a atender a Buenos Aires, consiguió tener su primera silla de ruedas, gracias a una donación de Cilsa. Hace dos años que consiguieron tener agua potable en su casa, y no pueden pagar la rehabilitación que necesita. Vive con su mamá de 72 años en una casa y dos sobrinos.

"La casa tiene escaleras y mis sobrinos la levantan. Ella siempre fue flaquita y entonces mis hermanas o las compañeras del colegio la cargaban. En un pueblo es diferente porque era casi la única persona con discapacidad que salía a hacer todo porque la mayoría los tiene encerrados. Después en la secundaria ya empezó a ir en silla de ruedas al colegio", cuenta Natalia.

Porque a pesar de las dificultades Valeria siempre tuvo un espíritu inquebrantable. Terminó el secundario, estudió secretariado administrativo y diseño gráfico. Y si bien dejó su CV en todos lados y en la municipalidad, todavía no consiguió trabajo. Sólo cobra una pensión por discapacidad de $2700.

"Queremos hacer todo lo posible por tratar de mejorarles el lugar en el que ellas viven para que no les entre agua con la lluvia. Con la última tormenta se les voló el techo del baño. Vale está prácticamente todo el día con mi mamá y le hace compañía. Mira tele o se acuesta a leer. Se cansa mucho cuando está sentada, ayuda a sus sobrinos con la tarea. Algún fin de semana se va a la casa de sus amigas. Yo creo que el día de mañana ella va a tener que vivir con alguna de nosotras porque no creemos que desde el municipio le vayan a otorgar una casa", dice Silvia.

Las Contreras cuentan que es muy difícil vivir con una persona con silla de ruedas en un pueblo como Puerto Rico, en el que nada está adaptado: ni los colectivos, ni las plazas, ni los restaurantes. "Es muy caro mantener a una persona con discapacidad. Hay que adaptar el baño. Ella dentro de todo se mueve mucho. Por suerte se baña y cambia sola. Nosotras le preguntamos si necesita algo. Ella ayuda mucho. A ella siempre le dijimos que tenía que ser independiente y eso la lleva a dar siempre lo mejor que puede. La tratamos como a una más y no como a una persona con discapacidad. Nosotros también tenemos nuestros días y limitaciones. No es todo color de rosa", agrega Silvia, a la vez que rescata la solidaridad de los vecinos que colaboran cotidianamente con la movilidad y necesidades de Valeria.

***

Angélica Robles (31) siempre supo que su hermano Fernando (28) era diferente. No porque ella lo percibiera así sino porque los demás se lo hacían sentir. "Siempre la diferencia la veía en relación a lo que la gente me devolvía de lo que era él. Lo miraban, veían el esfuerzo de mi mamá que lo cargaba para todos lados. Cuando lo operaron tenía que usar bastones y la gente giraba 180 grados para mirarlo. ¿Qué miran? Me preguntaba yo", cuenta Angélica, sentada en la mesa de la casa familiar, ubicada en un barrio humilde de Los Polvorines, en la localidad de Villa de Mayo.

Allí vive Fernando con su madre, y ella se construyó en el fondo del terreno una casa junto a su pareja. Como su madre no podía tener hijos, decidió adoptarla. Después de varios embarazos perdidos, Fernando llegó en forma precipitada. Nación con 7 meses y la falta de oxígeno le afectó la parte motora: diparesia espástica.

"Cuando era bebito no mantenía el cuerpo derecho, era un flancito, una gelatina. No tenía la columna erguida. Tuvo muchas operaciones. Lo cargaban a upa hasta los 6 años, empezó a gatear, después se movía en una especie de triciclo grande porque mi mamá ya no aguantaba tanto peso por su columna. Empezó a dar unos pasos y a agarrarse de las paredes. Los médicos le dijeron que si lo ponían en silla de ruedas no iba a caminar, entonces lo hacían esforzarse. A los 3 años le costaba hablar, si bien el problema principal eran las piernas. Fer tuvo una evolución en todo sentido y hoy él me ayuda con cosas de la facultad", cuenta Angélica, entre mates y facturas.

Entre sus recuerdos bien guardados, está ese de cuando tenía 6 años y entró por primera vez a un baño de hombres para acompañar a su hermano en el colegio. "Era raro. Yo era chica pero Fer se sentía mejor si yo lo llevaba. Siempre fue a una escuela común. No le querían enseñar en el colegio. Directamente lo aprobaban porque creían que no iba a poder ir al secundario. Eso de que le costaba hablar se fue trasladando a los primeros años del colegio. Mi mamá se iba a quejar al colegio porque le ponían bien cuando estaba mal la oración. Mi mamá lo hizo repetir y lo cambió de colegio", dice Angélica.

La adolescencia llegó para Angélica con demasiados frentes de combate: su hermano atravesando muchas operaciones, su padre tuvo un pico de presión y quedó postrado de la cintura para abajo, su madre hacía todo lo que podía por mantener su casa a flote. Ella se refugiaba en la casa de su novio y cayó en un profunda depresión luego de la muerte de su padre.

"Mi mamá siempre me dijo que yo no tenía que ser su lazarillo, entonces ella siempre lo ayudó a Fer. Nosotras estamos para ayudarlo con lo que necesite. Si mi mamá no se hubiera movido nosé lo que hubiera sido de él. Yo me acuerdo que íbamos en tren a todos lados llevándolo. Y un día el decidió que no se quería operar más y tuvimos que aceptarlo", cuenta Angélica, ante la mirada amable de su hermano.

Hoy en día, Fernando camina sin apoyos pero con cierta dificultad. Eso no le impidió terminar la secundaria, hacer seminarios de comunicación, radio, oratoria, locución y producción de radio comunitaria. A fuerza de voluntad consiguió crear la radio Estaka junto a la Fundación Manos Abiertas y trabaja como asistente en el programa "Te quiero a las 10" de Federica Pais y Sofía Carámbula en AM 750.

"En su momento me enojé mucho con mi mamá, le eché la culpa de todo y con el tiempo me amigué conmigo misma. Hice terapia. Esta es nuestra realidad y hay que vivir con eso. Lo que somos es gracias a mi mamá. Ella se ocupó de llevarlo a Fer a un montón de lados para que hoy esté tan bien como está", dice orgullosa de la madre que tiene.

Esa que desde pequeños les inculcó buenos valores y el mandato de estudiar para poder desarrollarse en la vida. "Mi mamá siempre nos dijo que teníamos que estudiar. Sus frases eran: "Con la escuela no transo" y "Quiero dos placas en la puerta de la casa". Ella siempre nos traía la taza de café cuando no teníamos estufa y se fueron encajando las piezas", dice esta joven que estudió la Tecnicatura en Economía Social y Solidaria de la Universidad de Quilmes y hoy trabaja como docente e investigadora en el mismo lugar.

Angélica habla con mucho amor de su hermano, pero principalmente con admiración. Con el correr del tiempo, se transformó en su más fiel consejero. "Fer dice cosas que tienen mucha importancia. Vos le hablás y sentís que lo aburrís pero siempre te da buenos consejos. Yo tengo una duda y le pregunto a él porque no está mi papá y es muy perceptivo. Cuando no sabía qué hacer con el estudio o mi futuro laboral, él me orientó", agrega, mientras se le llenan los ojos de lágrimas.

Ellos mismos se definen como una familia humilde o pobre, pero saben que los valores humanos no se compran con plata. Y que la adversidad, económica y física, los llevó a unirse más. "Siempre estuvimos ayudados y acompañados. Si no fuera por la Fundación Manos Abiertas nose qué sería de nosotros. Mi papá era pintor y cuando murió no teníamos para comer. Nos daban bolsones de comida, nos dieron becas para la secundaria y para seguir estudiando. ¿Cómo no vamos a creer en la solidaridad si a nosotros siempre nos ayudaron?", dice Angélica, que disfruta de la libertad de poder abrir su corazón y decir exactamente lo que siente. Hablar libera, sana, cicatriza heridas. "Hoy cada cual puede expresar lo que siente pero antes era un tabú. Y eso nos separó. A pesar de esos obstáculos hoy cada uno hace lo que le gusta, estamos juntos y tenemos un buen vínculo".

Por Micaela Urdinez

www.lanacion.com.ar 06/04/15

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