Historias de vida de personas que deciden ser docentes en la misma comunidad que los vio crecer. Están ligadas a un barrio y por eso quieren desplegar su vocación allí, para devolver algo de lo que recibieron de jóvenes

Retroceder no siempre significa involucionar. Mientras se avanza, dar un paso atrás puede ser la base para tomar impulso, reprogramar la hoja de ruta y definir nuevos proyectos. Muchas veces coincide con nuevas etapas; en otras, simboliza la necesidad de volver a las fuentes, al núcleo donde se originó todo o se encontró la contención afectiva.

Sucede con los jóvenes que abandonan sus pueblos, se mudan a las grandes ciudades persiguiendo sueños y luego regresan. Les pasa a quienes se fueron del país en épocas de vacas flacas, pero con el paso de los años se dieron cuenta de que no hay un puñado de euros que pueda pagar los mates con medialunas de la Argentina.

Algo parecido ocurre con profesionales que culminan sus estudios y luego se insertan en el medio donde se formaron para capacitar a las nuevas generaciones o brindar servicios a su comunidad. En este caso son ex estudiantes que se convirtieron en docentes en la misma escuela. Historias de vida de gente ligada a un barrio, un lugar, una vocación. Involucrados en continuar un mandato para devolver un poquito de eso, de lo que se impregnaron cuando eran jóvenes.

De alumno a la dirección

Hugo Martínez nació en González Catán hace 58 años. Allí vivió hasta que se casó y se dedicó a la docencia, mudándose luego a Ramos Mejía. Entre 1966 y 1971 fue alumno de la Escuela Nacional de Comercio y Bachillerato Anexo, conocida como Encyba, donde se recibió como perito mercantil. Al egresar estudió profesorado de Geografía y luego pegó la vuelta.

Su regreso al barrio y a la Escuela de Enseñanza Media N° 43, como se llama hoy la Encyba, se produjo 15 años después. "Volver a la escuela no era un objetivo exclusivo, pero siempre tuve el corazón acá y cuando tuve la oportunidad tomé los cursos", recuerda hoy convertido en el director del establecimiento.

Fue profesor de geografía, coordinador de tercer ciclo de EGB y regente de estudios, hasta que en 2008 ocupó la dirección. "La experiencia es muy especial porque se viven un montón de cosas. Estar en las aulas donde uno estuvo como alumno tiene un significado distinto."

Consciente o sin pensarlo, Hugo buscaba volver a su escuela, a pesar de otras posibilidades para comenzar su carrera como profesor, y eligió la de su barrio. "Hay un componente subjetivo -analiza-. Te sentís atravesado emocionalmente de otra forma viendo a esos alumnos y, a la vez, a aquel adolescente que uno tiene en el corazón."

El director fue estudiante, fue niño, y de alguna manera sintió las pasiones que hoy sienten sus alumnos. Vivió experiencias similares y las recuerda con emoción al recorrer los mismos pasillos y aulas, como docente y estudiante. "Como alumno fui muy rebelde, pero mis alumnos jamás se enterarán -suelta entre risas-. Teníamos travesuras inocentes, cometíamos algunas macanas, nos escondíamos, nos hacíamos la rata. En eso uno se identifica con el travieso, el pícaro, el pillo. Me ha pasado de sentirme identificado con alguno de mis alumnos."

- ¿Trabajar en el mismo barrio donde nació también es especial?

-Es mayor la emoción porque se ven reflejadas las ilusiones, la lucha y los sueños que uno tenía de chico, aunque son distintos los contextos sociales y políticos. Yo soy hijo de clase media y trabajadora. Y ahora formo parte de la primera generación de alumnos-profesores. A todos nos pasa lo mismo: tenemos un sentimiento especial por la escuela, los lugares, el entorno, y una identidad muy fuerte.

Repostera y guitarrera

Los primeros acordes en la guitarra los comenzó a soltar cuando tenía 9 años. Desconoce qué la llevó a tomar el instrumento porque ni sus padres ni sus cinco hermanos están ligados a la música. Pero la historia dice que Rita Valderde siguió por el mismo camino y a los 15 se topó con los talleres de la ONG En Acción, que difunde su actividad en la zona de Los Polvorines donde viven ella y su familia.

"Me invitaron y no dejé de ir hasta los 18 años. Después se retiró una profe, la reemplacé y fui voluntaria un tiempo hasta que pasé a una segunda etapa de asistente de coordinación", relata.

Rita, de 20 años, colabora en los talleres de guitarra a los que asisten personas de San Miguel, Muñiz, Moreno y Los Polvorines, niños, jóvenes y adultos, a quienes la ONG les brinda capacitación para desarrollar un proyecto.

¿Qué es En Acción? Según se explica en su página Web es una organización social formada en 2001 que se dedica a la promoción integral de adultos, jóvenes y niños a través de Programas de Desarrollo Comunitario, que alberga una población de 1300 personas, entre ellos 500 adultos, 250 jóvenes y 550 niños.

"Cuando me dijeron si podía enseñar me pareció bien porque me gustan los chicos y la docencia. Me sentí cómoda de las dos formas, como alumna y profesora, porque los maestros vemos mucha pasión en los chicos, se le nota en la cara y en las formas de comportarse", describe.

En Acción trabaja sobre los ejes educativos, deportivos, recreativos y culturales. A través de los profesores-formadores en cada proyecto se abordan fundamentos esenciales de las personas, como la integración grupal, el desarrollo de un pensamiento crítico y creativo, el compromiso comunitario y los vínculos familiares. Los asistentes provienen de familias con diversas posiciones sociales y económicas.

Cuenta Rita que cuando era alumna le ponía mucha garra y el grupo de jóvenes con el que asistía a los talleres "era muy unido y se hacían amigos" hasta de los profesores. "Después, como profesora noté que me estuvieron observando. Capaz que había chicos que tocaban mejor la guitarra, pero me eligieron a mí por el trato con las personas", dice y sospecha que esa es la virtud que la caracteriza.

Rita tiene un hermano, Juan Cruz, que también toca la guitarra y asistió a los cursos. Estudia repostería y cada tanto le lleva tortas o golosinas a sus alumnos más chicos, de entre 8 y 12 años. "A cada rato me piden cosas", exclama. Hace trabajos de repostería por pedido para bautismos o cumpleaños y, de a poco, se va haciendo conocida en el barrio. Pero a ella le gusta la docencia en los talleres. Porque más que un curso es un ámbito donde se generan lazos de amistad.

"Lo más lindo es pasar a ser amigos. Que una nena o un nene te tomen como una amiga más, es hermoso. Eso te hace sentir muy cómodo. Todo el tiempo estoy con ellos y me hace sentir reconfortada. Me encanta hacer esto y pienso hacerlo por mucho tiempo, al menos hasta que me echen o haga mal una torta", se despide riendo.

Al pie de la Cordillera

Cholila está al pie de la cordillera de los Andes en Chubut, a 400 kilómetros de Junín de los Andes, 150 de Esquel y 70 de El Bolsón. Es la puerta de entrada al Parque Nacional Los Alerces, rodeada de naturaleza verde y lagos: Pellegrini, Lezana y Cholila, y el lago Rivadavia dentro de la reserva.

Sus habitantes, unos 3500, viven de la ganadería vacuna y bovina, las frutas finas como frambuesa, frutilla y grosella, y el turismo. Allí se instaló Diego Silva, de 31 años y oriundo del paraje Las Cortaderas, de Neuquén, donde su familia posee una finca. Son humildes productores de ovejas y chivos. Cesarea, su madre, y Florinda, su hermana, y Aurelio, el cuñado, mantienen el campo. Él se topó con otro destino.

Como estudiante fue alumno de una de las escuelas de Fundación Cruzada Patagónica en Junín de los Andes. Allí permaneció, durante cinco años, en la residencia para jóvenes estudiantes de pocos recursos, mientras visitaba a su familia cada dos meses. Cuando terminó, no pudo mantener el bolsillo para continuar sus estudios de técnico forestal y marchó al campo. Pero, al poco tiempo, se convirtió en profesor de los talleres de la misma fundación.

"Me llamaron para trabajar en el área de Desarrollo Rural con proyectos a campo con los pobladores rurales. Dar clases es un cambio muy importante porque marcó mucho mi camino", admite Diego al teléfono.

"Mientras estudiaba pensaba en volver a trabajar en el campo, porque soy del campo y me parecía que podía entenderme bien con la gente del campo. Nunca pensé en dar clases, pero me dieron toda la confianza para hacerlo", resume.

Diego aclara que no es docente, pero que en un año y medio tendrá el certificado oficial cuando termine los estudios como profesor de escuela primaria. Desde 2008 tiene dos talleres a cargo, en primer y cuarto año. Para los más chicos, de 13 años, dicta vivero y frutales, y plantas en vivero a los más grandes, de 17. "Se aportan las herramientas necesarias para que si el alumno no tiene la posibilidad de estudiar y sale al campo, pueda trabajar", explica con su voz mansa.

Las escuelas de la fundación, una ONG que brinda oportunidades educativas a los pobladores del ámbito rural, especialmente a los jóvenes, tienen un ciclo básico y un ciclo superior. Durante los primeros años, los alumnos reciben, principalmente, enseñanza práctica; luego la teoría equipara las horas cátedra.

"Se les enseña cultivo de plantas y frutas finas, mantenimiento, poda, riego y desmalezado. También el proceso de cosecha e industrialización; con lo que vendemos sustentamos el área de producción", informa el profesor.

Al igual que el resto de los casos, para Diego es especial dar clases en el mismo lugar donde estudió. "Hay cosas que no se ven cuando uno estudia o no se valoran; no ve lo que el profesor pretende que uno aprenda. Se siente cuando después lo tenés que dar siendo profesor, ponés más esfuerzo para que los alumnos lo quieran aprender con ganas, que ellos entiendan mejor", sintetiza.

Estudiante y, a la vez, docente

En su cabeza no hubiera imaginado que varios años después de terminar los estudios en la Encyba volvería a las instalaciones para comenzar su carrera como formador. Pero el destino puso a Ángel Moriñigo, docente hace 33 años, en el mismo lugar donde se ligó a la educación.

Apasionado por la contabilidad y con el título bajo el brazo se convirtió en profesor de matemática en la escuela donde pasó su adolescencia. Y hoy ocupa la vicedirección de la institución que dirige su amigo, Hugo Martínez.

"La experiencia fue y es grandiosa porque es la tarea que me gusta hacer y en la misma escuela", sintetiza el también vecino de González Catán. "Es difícil calcular cuántas emociones se ponen en juego, pero en mi caso fue muy movilizante", dice.

En sus tiempos, como los de Martínez, la elección de los docentes para ocupar un cargo en la escuela era potestad de los directivos del establecimiento. Fue así como, aun siendo estudiante, comenzó a dictar algunas horas cátedra. Más de 30 años de bagaje educativo le abren un sinfín de recuerdos. "Todos hermosos. A veces me encuentro con alumnos de mi primer año. Uno veía en ellos su propia imagen", manifiesta.

PARA SABER MAS

Cruzada Patagónica
www.cruzadapatagonica.org

En Acción
www.enaccion.org

1300 Personas beneficiarias
Son las que reciben la asistencia de la ONG En Acción, que se dedica a la promoción integral de los niños, jóvenes y adultos. 

www.lanacion.com.ar 01/12/11

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